TFtrancamente, hacer un análisis "general" partiendo de unas elecciones autonómicas y municipales me parece, cuando menos, un ejercicio arriesgado. Hay tantas peculiaridades locales y entran en juego matices solo interpretables desde cada casa, que se hace difícil extrapolar. Y sacar conclusiones, cosa de magos. Sin embargo, la resaca del 24-M nos ha dejado dos claros titulares: cómo han pasado este "test" los partidos cara al duro examen de noviembre y cómo piensan gestionar el puzle de los pactos que (seguro) van a venir. Claro que interesan y entretienen todos los análisis (más o menos interesados) y elucubraciones (más o menos iluminadas) que se vierten desde el cierre de las urnas el domingo. Siempre hay un interés entomológico en diseccionar el porqué de cada voto, las causas ocultas que mueven las llamadas fuerzas electorales. En España nos gusta la caña del prepartido, vivir con intensidad el juego, y (cómo no) el debate acalorado y farandulero del "post".

Pero no han funcionado. Al menos, todos los previos no han dado en el clavo del resultado del domingo. Ni esas encuestas en los medios gradualmente orquestadas ni las famosas -aunque desconocidas- encuestas internas de cada partido. Así que vislumbrar el futuro político del país al calor de estos resultados y con la perspectiva mellada del localismo, a mí al menos, no me parece más útil más allá del juego intelectual y dar cuerda (y algo de árnica) a los gallos de pelea de los debates televisivos.

Nos centraremos en Extremadura, donde ha habido un vuelco que francamente no esperaban ni vencedores ni vencidos. Porque, a diferencia de otras noches electorales, se hacía complicado disimular la muy natural perplejidad y hacer barrocos giros verbales para dar una lectura positiva al resultado.

El PSOE ha ganado las elecciones. Y gobernará los próximos cuatro años. Que sea o no en coalición, poco importa, porque de los buenos deseos de comunión que surgen siempre el primer día pocos rescoldos quedan cuando aparecen las refriegas políticas del día a día. Además tienen la complicada tarea de no acceder a virar más a la izquierda en un hipotético acuerdo de legislatura con Podemos precisamente por los resultados del domingo.

El PP ha perdido las elecciones. Y le cabe el escaso consuelo de pensar que ha sido barrido por el golpeo generalizado al miedo y asco a una corrupción galopante a nivel nacional. Ese "tsumani" del que hablaban el domingo (en curioso homenaje a Gaspar Llamazares. Mi nivel de asombro sube su listón) apuntaba a creer que las causas son más externas que internas. Pero no es así precisamente por los resultados del domingo.

Me llama poderosamente la atención las lecturas que los dos grandes partidos han hecho del resultado extremeño. Sobre todo porque la clave nacional ha estado más apartada que nunca: si alguna imagen de la región ha devuelto el 24-M es la composición conservadora de la base social. Sí, han entrado dos nuevas formaciones (y salido una), pero ni en la Asamblea ni en los principales ayuntamientos suponen una amenaza real a las dos formaciones tradicionales. Sociológicamente, Extremadura se apunta a dar más bola al "statu quo" imperante de lo necesario, visto lo visto.

XA NINGUNOx de los dos veo, en sus declaraciones posteriores, pensar qué han perdido en el camino. Al PSOE porque la pose triunfalista no les deja lugar a más análisis, pero la corrupción en el resto de España que ha restado votos a su rival en Extremadura es justo la sombra de la amenaza que tienen aquí. Lo de Plasencia (nunca bien glosado) es el paradigma de la impunidad, pero Feval aún dará alegrías a toda la bancada de enfrente en Mérida.

¿Al PP? Pues centrarse en echar las culpas a Madrid y aledaños o al oscuro intento de desprestigio con origen (y destino) Canarias. Y olvidar y pasar por alto una campaña en la que ni han hablado de estos cuatro años, ni han estado reconocibles. Y que parecía en ocasiones un festival de estos de veranos: a veces con actuaciones de rock, a veces (claroooo) de hip hop.

Ambos partidos se han olvidado de ser honestos con los suyos. No digo ya con los indecisos o los que se abstienen. No, con los suyos. Han querido aparecer casi con otras siglas y otra imagen. Pero no cuela: tenemos otros nuevos partidos, que gustarán más o menos, pero no tienen problemas en reconocer sus programas y en hablar de los problemas de una forma directa, sin escalas ni afeites innecesarios.

Esa lección de honestidad, la de tratar al votante como algo más que un instrumento de urna, les ha fallado. Tienen tiempo de recomponerla. Otra cosa es que quieran.