XOxbservando el enconado debate político de estos últimos días en los medios de comunicación y las frecuentes referencias a nuestro trágico pasado, me vino a la memoria una conferencia magnífica que pronunció mi colega el profesor Enrique Moradiellos en el Ateneo cacereño antes del verano.

Recuerdo que bastantes de los presentes en esa conferencia descubrieron entonces una España dolorida y humillada que perdió la guerra, pero que no pertenecía a ninguna de las dos facciones empeñadas en acusarse mutuamente de la responsabilidad del conflicto. Los mitos generados por nuestra guerra civil son muchos y están de plena actualidad. El debate sobre la contienda española ha estado rodeado siempre --y parece seguir estándolo-- de interpretaciones míticas que van desde la cruzada liberadora hasta explicaciones fundadas en la locura colectiva.

No pretendo contarles la conferencia del profesor Moradiellos, sobre todo porque él sobre este asunto sabe mucho más que yo. Además ya ha pasado el tiempo. Sí quisiera aprovechar el debate suscitado después en esa conferencia, para transmitirles algunas de las claves de la apasionante disputa que se está generando en España sobre este hecho trágico de nuestra historia reciente. Creo con ello contribuir, como historiador, a encauzar no sólo las interpretaciones sobre la guerra, sino sobre la multitud de asuntos de actualidad que están atravesados por una misma creencia simplista, manifestada de forma machacona en los medios de comunicación. Resulta curioso --sucedió también en la mencionada conferencia-- que muchos se resistan a aceptar la existencia de esa tercera España que no era ni la rebelde franquista ni la revolucionaria. Es cierto que antes que nada debemos hacer un reconocimiento a la memoria humillada de los vencidos y remarcar la vesania de los vencedores, pero ello no debe impedir que se hable valientemente también de las responsabilidades de la izquierda en la contienda, como hizo en el Ateneo un otrora destacado miembro del PCE que abrió con su pregunta una reflexión interesantísima y esclarecedora. El profesor Moradiellos afrontó una pregunta tan complicada con valor y suavidad a la vez, y dijo cosas de tremendo calado. No me resisto a citar dos: los crímenes de Paracuellos y la ejecución de Melquiades Alvarez , el maestro de Azaña . Todo un presidente de la República no pudo contener las lágrimas cuando se enteró de que los suyos habían matado a su maestro de forma ignominiosa. Es cierto que estas barbaridades no nos deben hacer olvidar las cometidas por los rebeldes golpistas: la matanza de Badajoz, Guernica y otras muchas, por no hablar de la dura represión de postguerra que causó más muertes aún pero que, sobre todo, condenó a la humillación y a la degradación a los vencidos durante una etapa interminable.

Lo que debe quedar en nuestra conciencia como ejemplo de estos hechos es la llamada a la moderación y al sosiego, algo que ya hicieron en plena guerra y después, mientras vivieron, personalidades como Julián Besteiro , o el propio Azaña. Defender que la izquierda era san Francisco de Asís (expresión feliz del profesor Moradiellos) y los franquistas sólo unos desalmados sedientos de sangre, es contribuir a que no podamos nunca abordar con rigor histórico nuestro pasado, con el peligro --como está sucediendo con frecuencia-- de que proyectemos en el presente la misma interpretación y califiquemos a las personas de forma fácil e injusta en muchas ocasiones.

La España que perdió verdaderamente la guerra es esa tercera España que nadie conoce, la de los republicanos, socialistas, liberales, católicos, personas de todas las procedencias que, por encima de todo, fueron humanos, los que se negaron a contribuir al baño de sangre, los que salvaban a condenados o acogieron a fugitivos con peligro para sus vidas. Pío Moa es producto de la radicalidad con que algunos que se dicen de izquierdas abordan la guerra civil, porque facilitan que nos restriegue por las narices algunas barbaridades innegables de la izquierda, mientras hábilmente elude citar siquiera las de la derecha. No se trata de marcar límites entre buenos y malos en esas dos Españas de las que tanto se habla, porque en las dos partes hubo malos y a los buenos casi nadie los conoce o casi nadie quiere acordarse de ellos. Por eso creo necesario rendir homenaje a los hombres de la Institución Libre de Enseñanza, pero también a los católicos reformistas, a los republicanos, pero igualmente a los monárquicos moderados, todos ellos hicieron posible años después la Transición a la democracia, de ellos somos herederos los que hoy vivimos en España y nos sentimos españoles.

Ya no hay franquistas en el PP como tampoco hay largocaballeristas en el PSOE. Si afirmamos lo primero estará justificado que Pío Moa diga lo segundo y entrar en esa dinámica resulta tremendo, porque es muy sencillo acusar a los otros y establecer cortes nítidos en la responsabilidad. Pero el demócrata auténtico es el que reconoce al adversario y no lo demoniza, el que defiende sus ideas pero no desprecia a los otros por pensar diferente.

Una anécdota de la guerra puede ser ilustrativa para terminar. Cuando trasladaban los cuadros del museo del Prado para salvarlos de los bombardeos franquistas, Azaña afirmó que al pasar cien años nadie se acordaría de Franco ni de él mismo, pero todo el mundo seguiría contemplando las obras de arte que se pretendían salvar de la destrucción. Azaña nunca contribuyó a encender los odios de la guerra y por eso Franco le odiaba más que a ningún otro. Es el mejor ejemplo de por qué debe seguir siendo recordado.

Por otro lado estoy encantado de que la historia haya puesto a Franco en su sitio, pero creo necesario que lo hagamos con tantos que, desde la derecha o la izquierda, contribuyeron en mayor o menor medida a que se desatase la tragedia de la guerra.

*Catedrático de Historia

Contemporánea de la Uex