Profesor

Si un ciudadano normal y corriente, como este servidor de ustedes, puede expresar públicamente con toda libertad sus opiniones sobre lo divino y lo humano, faltaría más que otras personas, sobre todo si desempeñan legítimamente cargos de representación pública, no pudieran decir lo que les viene en gana. Incluso, añadiría, lo que a veces extraña es que muchos de quienes se dedican a la política hablen tan poquito tan poquito que las únicas palabras que se les conocen sean amén y sí señor . Desde luego, no es ése el caso del presidente de nuestra comunidad, el cada día más popular señor Rodríguez Ibarra, cuya proverbial afición a expresarse de forma, digamos chocante, es más que conocida por propios y extraños.

Sucede, sin embargo, que si un particular mantiene que es el Sol el que gira alrededor de la Tierra, lo peor que puede pasar es que quien le oiga le llame ignorante y atrevido. Nadie extendería esos adjetivos a los vecinos y compañeros de tan deslenguado individuo. Sin embargo, cuando un político, que además ocupa un importante cargo institucional, se pronuncia públicamente, y lo hace de forma basta, ordinaria, como si de un opinante en la taberna del pueblo se tratara, quiera que no está trasladando al resto de sus conciudadanos, a aquellos a quienes representa, parte de la autoría de lo que dice. Y por lo tanto, parte de los adjetivos a los que se haga merecidamente acreedor.

Dicho con el respeto que el presidente de nuestra comunidad merece, sus últimas opiniones públicas sobre asuntos referidos al País Vasco y a Cataluña son, a nuestro criterio, absolutamente desafortunadas. Y no sólo por el fondo, que también, sino, especialmente, por la forma. No veo qué beneficios puede redundar a los extremeños, por los que tanto dice preocuparse el señor Rodríguez Ibarra, esa forma de hablar, tosca, burda, buscadora más que nada de los titulares de la prensa del día siguiente.

Me parece inconcebible que haya quien considere sensatas algunas de las últimas manifestaciones de nuestro personaje. Unas de contenido xenófobo, como su reciente afirmación de que, en caso de prosperar el plan Ibarreche , como mucho (los vascos) tendrían como socio a Mohamed VI ; otras de una inoportunidad que nadie mejor que sus compañeros de partido podrán juzgar, como las que hizo instando al presidente del Gobierno, José María Aznar, a que en estos momentos graves no se marche porque es más importante la unidad de España que cumplir la promesita de los ocho años . Las últimas, me da tres leches lo que pacten , refiriéndose a sus compañeros de partido en Cataluña, a ésos a los que hace nada ha ido a ayudar, participando en sus mítines electorales, provocadoras de no se sabe qué más: si el regocijo de sus adversarios políticos o el llanto entre sus correligionarios. No es de extrañar que el taimado señor Rajoy alabe a su teórico oponente...

Un conocido rotativo de Barcelona, nada radical, portavoz de ese envidiable bon seny , sensatez, que se suele atribuir a los catalanes, publicaba el otro día una caricatura magnífica: un infeliz periodista apenas si podía moverse, aplastado, junto con su micrófono, por una lengua mastodóntica. ¿Se imagina el lector a quién pertenecía ese desmesurado órgano? ¿No pensarán por ahí fuera que pertenece a todos los extremeños, muchos de los cuales, por cierto, han prosperado en esos lugares cuyos futuros gobiernos parecen importar ahora a alguno tres leches ?