SOCIEDAD

Un modelo más justo

Ana Cuevas Pascual

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La ciudadanía en general percibe el momento que atravesamos con resignación fatalista. Se nos ha convencido de que es inútil resistirse a lo inevitable. Se ha establecido un pensamiento único del que, hasta algunas fuerzas de presunta izquierda y medios progresistas, no pueden sustraerse. Lo único que aparentemente podemos elegir son las siglas de quienes preferimos que nos hagan la faena. La clase trabajadora cree que sus posibilidades están acotadas a optar entre sufrir el neoliberalismo medianamente amortiguado del PSOE o caer directamente a las fauces neocon de los peperos. Por otro lado, los sindicatos aparecen desacreditados ante la sociedad por méritos propios. El instrumento sindical, el más valioso en la lucha obrera, se ha desactivado a golpe de subvención y burocratización. El escaso seguimiento de la huelga de funcionarios es un reflejo de todo esto. El panorama es desalentador, es cierto, pero la historia no la escriben los pusilánimes. A lo mejor lo que necesitábamos era una fuerte sacudida que nos sacara del letargo donde nos habíamos refugiado. Sabemos varias cosas: que este sistema es antropófago e insostenible y nos conduce derechos al precipicio y que la pasividad que mostramos es equivalente a ofrecerle nuestras cabezas en bandeja. Entonces, ¿qué podemos perder por intentar invertir este proceso autodestructivo? Ha llegado el momento de que, por encima de filiaciones u otros tiquismiquis, las fuerzas políticas, sindicales y sociales progresistas se estrujen las meninges para defender un modelo social más justo.

SANIDAD

El copago

Juan Ramón Navarro

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No hay que ser ningún lince para predecir una reducción futura (y más bien próxima) de los niveles de gratuidad en la cobertura sanitaria del sistema público español. La gente pataleará, digamos que patalearemos, pero el hecho es que, por mucho que nos reviente las tripas reconocerlo, no hay dinero para cubrir tantos gastos continuamente crecientes. Así que esa relajación sobre la responsabilidad individual hacia nuestro propio bienestar físico que viene de creernos, en el fondo, que cuando llegue el caso ya me mandarán pastillas de todos los colorines... ay, ay, ay, que eso fue cierto en el pasado pero va a terminar siendo mentira para nosotros, y no digo nada para nuestros hijos. Los marisabidillos dirán, y con razón, que ese cambio supone a la vez que un disgusto también una oportunidad de oro; por ejemplo, puede ser momento de empezar a creernos (pero esta vez de verdad de la buena) que reírnos, como en el fondo hacemos, de la importancia de la calidad de los alimentos que nos metemos entre pecho y espalda puede salirnos carísimo.

INFRAESTRUCTURAS

Pagamos todos

Ramón M. Arribas

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El 27 de junio, el diario francés Le Monde dedicó un reportaje, demoledor, al aeropuerto de Ciudad Real. Se trata de un equipamiento de última generación, con una de las pistas más largas de Europa (cuatro kilómetros), capaz de permitir el aterrizaje del Airbus A-380, el avión comercial más grande del mundo. Las instalaciones pueden acoger un volumen de 2,5 millones de pasajeros al año, y para gestionarlo hay 91 trabajadores directos, más unos 200 indirectos, de las diversas empresas concesionarias.

Pero la realidad es que el aeropuerto solo tiene tres vuelos semanales que gestiona Ryanair gracias a una subvención pública. La cafetería prácticamente solo sirve desayunos a los trabajadores que, de lunes a sábado, son las únicas personas que circulan por los pasillos. Una obra de esta magnitud necesitó de una inversión, de entrada, de 500 millones de euros. Buena parte los puso la Caja Castilla-La Mancha, que fue intervenida por el Banco de España, que la tuvo que avalar con 9.000 millones de euros de dinero público. Ahora, la Junta de Castilla-La Mancha ha inyectado al aeropuerto 140 millones más, que irán a compensar las pérdidas, enormes y constantes. Ciudad Real tiene 75.000 habitantes. Dispone de estación del AVE y de aeropuerto internacional. Europa ya no quiere pagar más. Pero para eso ya estamos los ciudadanos.