LA SITUACION DE PLASENCIA

¿Hasta cuándo?

Faustino Climent

Plasencia

Las imágenes del último pleno del Ayuntamiento de Plasencia no pueden ser más elocuentes. Los representantes de la ciudadanía se comportan como gallos de pelea, y la máxima responsable municipal utiliza su tribuna para jalear y amparar el mal comportamiento. Hace ya tiempo que los usos y costumbres en el consistorio placentino dejaron de ser un modelo de actuación; la lista de dobleces, traiciones, transfuguismos y puñaladas varias que se han sucedido en los últimos años daría para escribir un libro.

Pero esto es demasiado. Se han perdido el respeto entre ellos y, por tanto, se lo han perdido a todos los placentinos. Aquí tenemos la consecuencia de unos políticos alejados de la ciudad y del ciudadano, libres de cualquier responsabilidad, amparados por un sistema de partidos que les permite perpetuarse en puestos de poder a pesar de su demostrada incompetencia.

El problema de Plasencia ya no es, o no solo, aparcamientos aquí o allá, ni siquiera estación de AVE en Retortillo o Fuentidueñas. El problema de Plasencia es que sus habitantes han perdido por completo el control de su ciudad. Y este problema no se solucionará con un simple cambio de gobierno, ya que el otro partido del turno está aquejado de la misma enfermedad.

¿Qué se puede hacer? A mi juicio, optar por otro modelo. Un modelo diferente, que propone que el eje del poder se traslade del político al ciudadano, que sea éste el que tenga el control sobre la ciudad, y se le den los medios apropiados para ejercerlo. Un cambio, en definitiva, para que no sigamos teniendo que preguntarnos hasta cuándo.

Miembro del Consejo Territorial de

UPyD Extremadura.

EL PAPEL DE LOS SINDICATOS

Las huelgas de hoyy las del siglo XIX

Carlos Pastor

Correo electrónico

Cuando los sindicatos convocan huelga de funcionarios, medios y líderes de opinión de derechas o de izquierda posmoderna los critican porque --ya se sabe-- los trabajadores públicos tienen el puesto de trabajo asegurado y sus protestas son corporativas. No van a la huelga --se escribe entonces-- los currantes que sí arriesgan mucho cuando paran. Cuando la huelga es de pilotos o controladores aéreos, entonces se trata de trabajadores privilegiados por sueldo y por su capacidad para chantajear al país. Las víctimas --se dice no sin razón-- son los ciudadanos, obreros incluidos, que no disponen de esas ventajas.

Ahora que son los trabajadores industriales los que van a la huelga, esos mismos medios y personajes desacreditan el movimiento huelguístico porque resulta inútil y porque apenas se ha notado en la función pública y en el comercio.

¿Qué tipo de huelga será del agrado de esos líderes de opinión? Ninguna, claro. ¡Ah, sí! Como mucho, las huelgas del siglo XIX y primera mitad del XX, las que arrancaron la jornada de ocho horas, las vacaciones pagadas, las pensiones de jubilación o la prohibición de que los niños trabajaran en las minas de Gales o de Asturias. Esas sí eran buenas huelgas, con sus muertos, heridos y represaliados, porque de sus resultados todos nos beneficiamos.

Pero una huelga para combatir que continúe el deterioro de las condiciones de trabajo, para decir no al despido más libre y más barato, para salvaguardar las pensiones de quienes llevan toda la vida trabajando y cotizando, para que nuestros hijos no vivan peor, resulta ser una huelga que no merece la pena, no está justificada y es inútil. Me temo que lo mismo hubieran dicho hace 100 años.

DERECHOS Y DEBERES

El país de las maravillas

Luis. Ignacio Guillén Gil

Correo electrónico

Me llama la atención que ningún periódico valore la verdadera situación laboral del país y el porqué se ha llegado a ella. Me refiero, independientemente de la mala gestión bancaria, la especulación y la crisis financiera, al problema de fondo que domina nuestra sociedad: la idea que se ha inculcado a nuestros jóvenes desde las escuelas y familias, y a los no tan jóvenes, de que, sobre todo y ante todo, tenemos derechos, pero escasas obligaciones.

Esta mal interpretada consigna puede servir en épocas de bonanza económica, pero no cuando hay cuatro millones de parados. Los sindicatos, el Gobierno y los empresarios deben de cambiar el chip y pensar en que el país de las maravillas tan solo estaba en la mente de Alicia. Si queremos derechos, primero deberemos tener obligaciones y, más en tiempos de vacas flacas.