XExl hombre es un animal abocado a la desmesura", ha afirmado Pedro Laín Entralgo, para quien todos los impulsos y todos los deseos del hombre son inconcluyentes. Encaja muy bien esta afirmación con la figura de Carlos V, a quien, desde luego, habría que juzgar no tanto por lo que fue como por lo que quiso ser y hacer. Aquel gran extremeño adoptivo fue, sin duda, el primer ejemplo de europeísmo aunque esa inclinación suya adoleciera del lastre de su obsesión por la pureza y la unidad del cristianismo. No en balde en la desmesura hay siempre un vector implícito de perdurabilidad.

Una Europa única, reconciliada consigo misma, fue la aspiración premonitoria del emperador. Murió en Yuste, "...la región de las Españas tal en sus cualidades, templanza y aires que excede a las demás para poder vivir los hombres en ella más larga vida...", como diría Sorapán de Rieros.

Siempre me conmueve en lo más hondo la visita a ese lugar, un referente, sin duda, en la construcción de una nueva Europa que quiere instalarse más allá de un mero espacio de libre comercio. Yuste, a través de su Academia Europea, la más prestigiosa institución que nunca tuvo Extremadura, dirigida con notable pericia por Antonio Ventura Díaz, se ha convertido en una poderosa palanca de engrandecimiento de los valores históricos y culturales que, junto con la cohesión social y económica, han de ser los pilares básicos de esa construcción.

Murió aquel gran hombre en Yuste. Pero permanece el sentido que quiso darle a su vida. No hay del todo acuerdo sobre su significado real. Tal vez, como dijo Pessoa, porque ningún significado hay, aparte de su propia existencia, en todas las cosas. Su tiempo, su voz y sus ideas todavía parecen fluir remansadamente en aquel lugar. El paso de los años no pudo vencerlas. Al contrario, Carlos V viene a representar, una vez más, el triunfo de la verdad sobre el tiempo. De manera alegórica se recoge, precisamente, ese axioma inviolable en el púlpito de la catedral de San Bavon, donde el futuro rey de España recibiera el bautismo.

Otro rey español, Juan Carlos I, encarnando aquel mismo espíritu europeísta, entregó a Jorge Sampaio, presidente de la República de Portugal, el Premio Europeo Carlos V que la Academia concede cada dos años a quienes más se afanan en la construcción de la Europa social y cultural. Nuevos académicos como Hans Küng, Margarita Salas y Alain Touraine tomaron posesión de su sillón durante el mismo acto.

Sampaio atesora los mismos valores de reciedumbre moral, de compromiso con los derechos del hombre y su dignidad, que tuviera aquella ilustre paisana suya, Isabel de Portugal, esposa del emperador. Portugués como aquella Isabel, no parece sino que España y Portugal, la península ibérica, lo más distante y periférico de Europa, hoy --como Carlos e Isabel en el siglo XVI--, asumieran de nuevo la voluntad de avanzar en la consolidación definitiva de una conciencia común: el sentido de pertenencia a una nueva comunidad europea supranacional.

Pero, entonces y ahora, en el trasfondo de los acontecimientos y en el curso de las ideas hay otro protagonista menos reconocido por nosotros. Se trata de la comunidad de monjes jerónimos que habita en Yuste. Entonces, en 1557 procuraron a Carlos V el ambiente de sosiego y espiritualidad que reclamó para sí. Ahora, bajo la mano del abad fray Francisco de Andrés Oterino, representan ese mismo espíritu, su verdadero sentido de religiosidad cristiana, que nunca debería desaparecer de Yuste o solaparse bajo otras apariencias. Ellos han sido, al fin y al cabo, los mayores garantes de su existencia.

*Médico