Tras una intensa investigación de varios meses encargada a cinco obispos católicos sobre el sacerdote mexicano Marcial Maciel , fundador de la Congregación de los Legionarios de Cristo, fallecido en el 2008, el Vaticano ha elaborado un informe que le acusa de "comportamientos gravísimos y objetivamente inmorales confirmados por testimonios incontrovertibles"; comportamientos que "se configuran, a veces, como verdaderos delitos y manifiestan una vida carente de escrúpulos y de genuino sentimiento religioso".

Creo que es de justicia elogiar la decisión del Vaticano de encargar la investigación sobre la doble vida de Marcial Maciel y los abusos sexuales cometidos contra menores en los seminarios fundados por él. Por lo mismo hay que valorar positivamente la contundencia del pronunciamiento contra el pederasta. Una de las conclusiones lógicas que saca el informe es la necesidad de redefinir el carisma de los Legionarios de Cristo.

Pues bien, la gravedad de los hechos descubiertos y las medidas que se anuncian para encauzar tan poderosa e influyente institución de la Iglesia católica me llevan a una serie de reflexiones de más largo alcance que me gustaría que fueran objeto de debate tanto dentro como fuera de la Iglesia católica.

1. Nunca es tarde si la dicha es buena. Pero en este caso la investigación y el reconocimiento de los comportamientos delictivos de Marcial Maciel han llegado demasiado tarde. Estamos hablando de delitos sexuales cometidos durante más de medio siglo. Delitos denunciados reiteradamente por las víctimas, demostrados por estudios fiables, difundidos por los medios de comunicación y conocidos desde hace varias décadas por la propia Congregación de los Legionarios, por los diferentes episcopados, por el Vaticano y por la Congregación para la Doctrina de la Fe durante la presidencia del cardenal Ratzinger (1981-2005), a quien llegaban las denuncias y quien, como en otros casos, imponía silencio.

Las únicas reacciones de las altas instancias vaticanas y episcopales fueron el silencio, el ocultamiento, la inacción y, en último término, la complicidad. Se tendió un velo de silencio difícil de levantar por la compra de voluntades que hacía Maciel en las más altas instancias del Vaticano y de algunos episcopados. ¿Resultado? Las denuncias se archivaban o iban al cesto de los papeles. Lo que demuestra que, al menos en este caso, la corrupción ha estado instalada durante décadas en la cúpula de la Santa Sede. Y cuanto más largo era el silencio del Vaticano, mayor era el número de víctimas de los abusos sexuales de Maciel y más profundo era el sufrimiento de las víctimas.

2. Pero si grave ha sido el ocultamiento de los comportamientos inmorales del fundador de los Legionarios, no lo eran menos el elitismo de esta congregación en el campo de la educación (colegios, universidades), su ausencia del mundo de la marginación, y su alianza con los poderes políticos, económicos y financieros, cuyas actuaciones insolidarias ha legitimado de distintas formas. A ello hay que sumar la orientación religiosa conservadora, muy alejada del concilio Vaticano II, con tendencia al integrismo. Y, para escándalo de propios y extraños, los Legionarios han contado durante más de 30 años con el apoyo del Vaticano, que les concedió trato de favor y un especial protagonismo junto a otros movimientos eclesiásticos de tendencia similar. Todo esto sucedía mientras órdenes y congregaciones históricas como los jesuitas, los franciscanos y los dominicos eran objeto de sospecha y excluidas de los espacios de influencia en la Santa Sede.

El informe del Vaticano desenmascara y denuncia la doble vida de Marcial Maciel, es verdad, pero nada dice de los comportamientos elitistas ni del alejamiento de los Legionarios del evangelio de Jesús de Nazaret , que llama a luchar por la justicia y por la liberación de los oprimidos. Tal silencio me parece injustificable.

3. Tras las demoledoras conclusiones, se anuncia la necesidad de redefinir el carisma de la congregación. La medida me parece necesaria y certera. Pero el acierto de la redefinición depende de la dirección que siga. No puede quedarse en un simple revoque de fachada o en una operación cosmética: cambios en la cúpula para que todo quede igual en la base. Hay que exigir responsabilidades a los responsables de la congregación, que no pueden salir indemnes tras décadas de permisividad y complicidad. También el Vaticano tiene que reconocer su culpabilidad, no pequeña, por su silencio, encubrimiento e inacción y, lo que es más grave, por haberse dejado comprar con todo tipo de favores, como el mismo informe reconoce. ¡Qué lejos se ha llegado en la corrupción!

La redefinición del carisma exige un cambio de lugar social: de la instalación en el mundo de las élites políticas, educativas, económicas y financieras a la ubicación en el mundo de la marginación social; de la alianza con el poder a la opción por los pobres.