WLw a semana pasada se supo que la economía alemana creció un sorprendente 2,2% en el segundo trimestre del año, un empujón que ha llevado a las autoridades de este país a revisar sus previsiones anuales. Ya empiezan a hablar de casi un 3%. El mismo día, Francia anunció que su PIB había ganado un 0,6% entre abril y junio, un periodo en el que la actividad en España había sumado un modesto 0,2%. No se trata de ser fatalistas, porque es sabido que la caída de la actividad fue mucho más acusada y temprana en estas dos economías que en la nuestra, lo que lógicamente lleva a pensar que la recuperación también seguirá ese orden. Lo más importante de esos datos es, quizá, la confirmación de que la economía europea está lejos de la convergencia que pretendía el Tratado de Maastricht. La crisis ha forzado la máquina en el sentido de unificar aún más la política económica común; muy al dictado de Berlín, eso sí. Pero con todo, cabe sospechar que a la salida de la crisis habrá más distancia entre países de la que había antes del 2007. No es que Alemania y Francia hayan desarrollado una política económica concreta y rectilínea. Hacen como dice Jean-Claude Trichet sobre la que aplica el BCE: es acomodaticia, o sea a corto plazo y según se ven las cosas en cada momento. En este terreno, España no es diferente: es más la sensación de vaivén que otra cosa. Las opiniones sobre las subidas de impuestos expresadas por José Blanco y Elena Salgado no transmiten la impresión de que el Gobierno se mantiene activo en plenas vacaciones, sino que desconcierta a los ciudadanos.