Después de la segunda guerra mundial diversas naciones europeas concibieron una unión comercial que, superado un proceso, debería convertirse en una unión política. El objetivo era evitar futuros conflictos bélicos y crear un contrapeso al poder hegemónico de EEUU y la URSS. A finales del siglo XX y principios del XXI, la globalización pareció que bendecía este modelo dado que la Comunidad Europea se presentaba como un actor de peso demográfico y económico, aunque políticamente dividido. Pero la crisis del 2008 y el brexit ayudaron en la reactivación de los nacionalismos. Muchos ciudadanos sienten Europa como una madrastra que ya no está interesada en protegerlos. Así las cosas, el modelo de las ciudades-estado griegas o del renacimiento italiano son estructuras que los ciudadanos ven como más próximas. Una opción que ya no parece utópica. También la URSS cayó por su propio peso.