Y de repente, estalló la burbuja inmobiliaria. A mediados de agosto, el pánico se apoderó de las bolsas de todo el mundo: los impagos de las hipotecas basura provocaron una fuerte crisis hipotecaria en Estados Unidos y esta, a su vez, desencadenó el miedo en los inversores desde Sydney a Londres y desde Shanghái a París. La falta de liquidez --que está en el origen de todas las crisis económicas-- intentó ser paliada por la acción coincidente de los bancos centrales, que se apresuraron a inyectar dinero al mercado y lograron, en principio, mitigar el golpe. Pero el futuro no está claro. El espectro de una crisis profunda sobrevuela los mercados, pese a los mensajes tranquilizadores que emiten, convencionales y monocordes, los responsables gubernamentales y de las instituciones financieras internacionales. ¿Por qué se ha de creer ahora a los políticos, cuando nos han mentido sin rebozo en un tema tan grave, por ejemplo, como la existencia en Irak de armas de destrucción masiva? Por aquellos mismos días, leía el epílogo del último libro del historiador Niall Ferguson --La guerra del mundo--, en el que sostiene que la posibilidad cierta de una guerra no ha desaparecido del mundo, sino que, antes al contrario, la guerra sigue siendo posible si se dan los tres presupuestos que la hacen inevitable: 1) Confluencia étnica. 2) Inestabilidad económica. 3) Imperio en declive. La confluencia étnica está hoy entre nosotros: hace 100 años, la frontera entre Oriente y Occidente se hallaba en Bosnia-Herzegovina, actualmente parece atravesar todas y cada una de las grandes ciudades europeas, en las que viven al menos 15 millones de musulmanes. La inestabilidad de la situación económica ya comienza a insinuarse. Y, por lo que hace a la crisis del imperio dominante, resulta obvio que la presidencia de George W. Bush no constituye precisamente un paradigma de liderazgo fuerte y solvente. De todo lo cual se desprende, si no la inminencia de un conflicto serio --en la forma que a partir de ahora revestirán los conflictos--, sí, por lo menos, la lenta acentuación del declive de Occidente.