Historiador

Las letras de las canciones de Carnaval tienen como señas de identidad su chispa, su frescura, la capacidad para diseccionar cuestiones de actualidad, poniéndolas en la picota con gracia, con picantonería, con picardía, sin prejuicios ni cortapisas o barreras. Las letras de Carnaval suelen ser ocurrentes, brillantes, intuitivas, temibles para los poderes constituidos, profundamente críticas en su propio desenfado, desvergonzadas, agudas y profundas. Sí, las letras de Carnaval son unas lecciones de inquietudes, de sabiduría, de enjuiciamiento popular, expresado a bocajarro, piruetas, risotadas, colorido, mimos, brillantez escenográfica y aplausos.

Sin embargo, he ido notando en los últimos años, y sobre todo en el actual, que las letras de Carnaval se han ido haciendo cada vez más generalistas, más homogéneas y planas, más iguales unas a otras, más uniformes entre unos pueblos y otros pueblos, una ciudad y otra ciudad, con lo que van perdiendo la originalidad y la capacidad de sorprender. Y lo que es peor: van suavizando el filo de su estilete para la crítica de lo cercano, para poner en evidencia las torpezas, casposidad y cinismo de los que en sus localidades y zonas cercanas les gobiernan, y más aún: para los grandes problemas que nos afectan. ¿Cuál es la causa? ¿Por qué a veces, demasiadas veces, parece que estamos ante una versión cantada de los programas-basura de las televisiones, con sus chinchorreos, su mal gusto y los mismos personajes pedorros que sacan a la palestra siempre?

Las letras de Carnaval, creo modestamente, se han ido impregnando de la cutrería que nos rodea y que potencia la nefasta televisión que nos domina, domesticando y llenando de vaciedad nuestros cerebros. ¡Ojalá recapacitemos un poco todos sobre ello y volvamos a la espontaneidad, espíritu crítico y creativo que siempre les caracterizó!