Poco podía imaginar Sebastián Piñera que asumiría la presidencia de un Chile en estado de shock y que la primera medida que firmaría sería una declaración de zona catastrófica tras los temblores durante su toma de posesión. Asolado por el terremoto y el maremoto del 27 de febrero, el país ha visto cómo se frenaban las expectativas económicas Piñeira iba a impulsar desde el muy buen lugar en que lo dejó el Gobierno saliente de la Concertación que presidía Bachelet. Por ello, al frente del primer Ejecutivo de la derecha que llega al poder por la vía democrática en más de medio siglo, deberá levantar el país, y no solo las infraestructuras; y también la moral y confianza de los chilenos.

Un Gobierno de técnicos y empresarios como el que ha formado puede ser un buen instrumento en momentos de una reconstrucción urgente, que, según los expertos, costará 22.000 millones de euros. Para superar este enorme reto, Piñera cuenta con la consideración que Chile tiene en los mercados financieros de país solvente, y con el elevado precio del cobre, su mayor exportación. También le ayudará una oposición que ya ha anunciado que arrimará el hombro, y a la que no le queda otra alternativa que buscar la unidad para levantar a Chile.