Las formaciones soberanistas del Parlamento catalán -Junts pel Sí y la CUP-dieron a conocer finalmente ayer uno de los dos textos legislativos en los que pretenden hacer descansar jurídicamente su plan secesionista: la llamada ley de transitoriedad. No hay grandes sorpresas en sus 45 folios, en los que se nota un esfuerzo de sus autores para intentar dotar de naturalidad y tranquilidad a lo que en realidad es un desafío descomunal al ordenamiento legal vigente, derivado de la Constitución y el Estatuto de Autonomía. Así, se establece que se podrá simultanear la nacionalidad española y la catalana, se mantiene la oficialidad del catalán y el castellano, se estipula que en general y de momento seguirán vigentes las normas actuales, se garantizan los derechos sociales adquiridos, se asumen los contratos públicos suscritos por el Estado con terceros, se aseguran los puestos de trabajo de los funcionarios del Estado y se ofrece continuidad a los jueces que lleven al menos tres años en Cataluña.

Este aparente rigor y ecuanimidad, sin embargo, no solapa aspectos especialmente inquietantes, como la amnistía por vía directa a los condenados por el 9-N o la fuerte presencia del Gobierno catalán en una Comisión Mixta con gran responsabilidad judicial. Mención aparte merecen las directrices sobre la redacción de una Constitución catalana si el 1-O vence el sí: el Parlamento constituyente quedará vinculado políticamente por las conclusiones de un difuso proceso de participación ciudadana «liderado por la sociedad civil organizada». Un esquema que responde a los planteamientos asamblearios de la CUP, que una vez más logra hacer valer su posición aritméticamente decisiva para el proceso siga adelante.

Más allá de estas cuestiones, la pretendida seriedad del proyecto se compadece pésimamente con la insólita rapidez y opacidad con que será tramitado y aprobado por la mayoría soberanista del Parlamento catalán, lo que, sin embargo, tampoco impedirá su anulación por el Tribunal Constitucional. A 33 días del 1 de octubre, el independentismo catalán mantiene su hoja de ruta contra viento y marea, ajeno a todo lo que le rodea y ensimismado en pos de un objetivo que, por más que presente como fácil y casi indoloro, no lo puede ser, como sabe toda persona medianamente sensata. La revolució dels somriures tiene un rostro cada vez más sombrío.