Creo firmemente en que la libertad debe ejercerse en todos los ámbitos de la vida. Quizá mi frase suene rotunda y algo manida, pero ojalá pudiera ser siempre verdad. Les cuento esto porque hace unos días asistí a uno de esos momentos que te regala la música en mi trabajo de concierto en concierto.

Ella había sido invitada por el artista a subirse al escenario. Podía haber sido, al menos así lo creí, la intervención esporádica de una joven cantautora a quien su padrino da la oportunidad de demostrar su valía ante el público. Pero no. Ni mucho menos era esto. Fue mucho más, me pareció, por la emoción que se vivió cuando ella anunció que había llegado el momento de pedirle matrimonio a su pareja y que quería que también subiera al escenario. En You Tube ya está virando el vídeo en el que esas dos chicas se abrazan emocionadas mientras Funambulista, el cantautor que propició el momento, acariciaba su guitarra en el Caem de Salamanca el pasado viernes.

Dirán ustedes que qué tiene de extraordinario que dos mujeres se deseen amor en medio de un concierto y que los espectadores aplaudan fuerte como si del final de una boda se tratara.

El valor de la libertad es a veces tan bello que momentos como el que les cuento lo refrenda y pone aún más en valor. Y es entonces cuando la libertad convierte en normalidad actos de nuestra vida que nos pertenecen a todos y a todas.

Poder hacerlo significa avanzar hacia una sociedad menos agresiva y más tolerante, más respetuosa con los demás y, sobre todo, mucho mejor. Llegar a conseguirlo es un logro maravilloso, precisamente por episodios como el que les acabo de detallar.

Sé que quizá la absoluta normalidad debería de ser que ya nadie se sintiera sorprendido porque dos mujeres se declaren amor. Que no fuera noticia y que siempre sepamos que la libertad no se tiene si no somos capaces de ejercerla.