En su ensayo Librerías, maravilloso viaje a través de las tiendas de libros de los cinco continentes, de Sídney a Guatemala y de Moscú a Ciudad del Cabo, dice Jorge Carrión que «cada librería condensa el mundo», pues esos lugares con olor a rancio o a papel encolado son puertas en el tiempo y el espacio hacia otras épocas y países.

Si tenemos en cuenta que cada día se cierran en España dos librerías, y que de las existentes en nuestro país, solo un 20 % se fundaron en el siglo XXI, hay que concluir que cada vez hay menos de esas puertas por donde escapar, aunque sea por poco rato, a la vida cotidiana de las obligaciones y caras de siempre. De todas partes nos llegan anuncios de defunción de librerías históricas: Catalònia en Barcelona (sustituida por un MacDonald’s) o Cervantes en Salamanca, ambas con más de ochenta años de vida, Ojanguren en Oviedo, después de 161 años…

También en Cáceres hay menos librerías que al inicio del milenio. Aún echo de menos la de Vicente Santos en la plaza Mayor, donde el primer año de carrera, cuando aún podía ir a pie a la facultad, y cuando aún algunos profesores no habían comenzado a coartar mi gusto libérrimo de lector, ojeaba y hojeaba largamente su magnífico fondo, con sus volúmenes alineados de Alianza Editorial o de Hiperión.

Hace ocho años falleció aquel librero adusto pero sabio, y la ausencia de Vicente Libros en esa plaza simboliza para mí la involución de esa Cáceres ilusionada, implacablemente juvenil (con cada vez más estudiantes, con sus noches bulliciosas de botellón, con su equipo de baloncesto en la ACB) a la Cáceres estancada y conformista de los vientres sentados, que diría Luis Cernuda. Cerraron otras librerías, como Bujaco, y otras son ya menos literarias y más centradas en libros de cocina o de oposiciones.

Ahora, claro, existe Amazon (gran evasora de impuestos), y es un gran avance poder recibir en tu casa, aunque vivas en Táliga o Benquerencia, cualquier libro que te interese. Pero para el lector consciente, se impone el pequeño esfuerzo de comprar en librerías siempre que sea posible, para que estos lugares no sean pronto cosa del pasado.

En Extremadura no hay ninguna Casa del Libro, Fnac, ni La Central, pero ni falta que hace. Quedan aún librerías independientes, con personalidad, con libreros que, contra viento y marea, manejan su timón, con quienes da gusto conversar, dejarse aconsejar. Álvaro y Cristina desde la joven y dinámica Puerta de Tannhäuser en Plasencia. Agustín con su poética y política Tusitala en Badajoz. Antonio con El Buscón en Cáceres, para mí la de mejor equilibrio entre novedad y fondo. Jerónimo y su Librería Mensos en Villanueva de la Serena, donde cerró la Librería Chiscano (sustituida por una tienda de móviles) pero aún sobrevive la Séneca.