Aquella mañana de mayo la lluvia caía suavemente. Una sentencia absolutoria del Tribunal Supremo daba la razón y liberaba, de toda culpa, a dos profesionales honestos e inocentes, inculpados vil e injustamente por la ineptitud de una mente retorcida, carente de la más mínima capacidad de decisión, dirección y gestión, responsabilidad, imparcialidad y ética profesional, elementos básicos que se presupone debe poseer quien, en un organismo, empresa o centro de trabajo resuelve con acierto, justicia y equidad todos y cada uno de los problemas que surgen en el quehacer diario. Tal vez en sus domicilios, Paco y Eloy habrán abierto sus ojos esta mañana levantando los brazos y abriendo sus manos hacia el techo del dormitorio todavía incrédulos; habrán despertado de ese mal sueño que ha durado largos meses. Quisiera estar dentro de sus cerebros y, aunque muchos hemos vivido en la lejanía su agonía, defendiendo su honor y su inocencia, poder descubrir, por un momento aunque parezca morboso, esa película de la que sólo ellos fueron protagonistas. Ahora disfrutan de esa libertad que un día se les negó. ANGEL LORENZO LLAGAS Cáceres