Hace varios años un viejo amigo mío muy amigo de las nuevas tecnologías me habló del libro electrónico, o ebook, como prefieran. Entonces él ya apostaba por el futuro de este invento, y yo no daba un duro por ello. ¿Quién iba a querer cambiar el legajo de hojas perfectamente encuadernadas por una pantallita que pasaba las páginas sin que tú las tocaras? No, demasiado artificioso para el amante de la lectura. Desde siempre el libro había tenido cuerpo y olor. Parte del encanto de leer era tocar el libro, pesarlo en las manos, acariciar su lomo, su cubierta, olfatearlo. Sin embargo hoy poseo un libro electrónico que utilizo con frecuencia.

Muchos son los amigos y conocidos que en principio, al igual que yo, rechazaron el libro electrónico. Y muchos los que aún se resisten y sé que terminarán claudicando. El libro electrónico te cuenta lo mismo que el libro de papel, y al fin y al cabo lo que atrae al lector es el contenido de un libro, no su continente. Otra cosa es que ese lector sea además un apasionado bibliófilo y le guste tener su casa abarrotada de libros. Si el escritor cambió la máquina de escribir por el procesador de textos, es normal que el lector cambie el soporte de papel por el electrónico, dado que éste ofrece más posibilidades: diccionarios incluidos, cambio de tamaño de letra o almacenamiento de libros.

El libro electrónico es un buen amigo del asiduo lector, porque guarda y edita textos extraídos gratuitamente de internet, y con ello éste ahorra mucho dinero; pero es el mayor enemigo del escritor profesional, que ve como las ventas de sus obras menguan conforme aumenta la venta de los dispositivos de lectura electrónica. Quizá esto podría solucionarse abaratando el precio de las nuevas obras, tanto en formato digital como en papel. Si esto no ayuda a aumentar las ventas, auguro un negro futuro a la literatura, porque muchos buenos escritores dejarán de escribir para el público. El libro electrónico ha iniciado una batalla contra el libro de papel. Y en las guerras la tecnología siempre gana.