Va el libro electrónico a sustituir al libro impreso? La polémica está en el aire y son muchos los que predicen la muerte del libro impreso, del libro de papel, tinta y cartón, del libro que podemos palpar, llevar bajo el brazo, abrir y cerrar, a manos del libro fugaz, que aparece y desaparece a voluntad en la pantalla de nuestro ordenador. Mientras otros defienden con pasión de amante el libro tal como lo hemos conocido desde siempre.

¿Quién tiene razón? No se apresuren a contentar pues la cosa es bastante más compleja de lo que a primera vista parece y la lucha es encarnizada, aparte de importante.

Nuestra civilización gira en torno a los libros, que almacenan no solo nuestro saber sino también buena parte de nuestros sueños, descubrimientos, proezas, indignidades, fantasías y ambiciones. Pero, ¿qué quieren que les diga?, a mí, personalmente, la polémica me parece superflua. Tan superflua como aquella de hace unas décadas, cuando se vaticinó que la televisión iba a acabar con el cine. Tras el éxito inicial de la primera, ha resultado que pueden convivir perfectamente y que hoy se hacen más películas que nunca. Más incluso: el cine es uno de los apoyos más sólidos de la televisión, cuando la programación de esta flojea. No sé por qué presiento que va a ocurrir lo mismo con el libro impreso y el electrónico. Que cada vez aparecerán más de estos últimos no cabe la menor duda. Ya está ocurriendo con los Libros de referencia , con enciclopedias, diccionarios y documentos.

XQUE SEx consultan más en internet que en las bibliotecas. Por no hablar de ingente material de cartas, información y comunicados que circulan por la red electrónica. Simplemente, es más fácil, más rápido y más cómodo. Aparte de que tienen una gran ventaja para los editores: su fondo editorial quedará reducido a disquetes de ordenador, en vez de a las naves de almacenamiento que hoy ocupa. Pero que eso haga desaparecer el libro impreso es algo totalmente distinto y no hace mucho el novelista John Updike hacía lista en el New York Times de las razones por las que no creía que este último desapareciese por completo. Razones que yo quisiera completar con alguna otra. El libro como mobiliario y decoración. Los cantos de los libros uno junto al otro ofrecen un conjunto tan colorido, variado y risueño como el de cualquier cuadro o tapiz. Nada hay más pobre y ramplón que un cuarto sin unas estanterías de libros. No por nada, en la sala de estar donde compartían su aburrimiento los personajes del Gran Hermano no había libros.

Incluso es mejor exhibir solo los lomos vacíos de ellos. Son el homenaje que la incultura rinde a la cultura.

El libro como placer sensual. "Más pequeño que un cajón del pan y más grande que el control remoto del televisor" --escribía Updike--, el libro encaja en la mano humana como en un nido seductor, besándola con su textura, sea de tela, cartón satinado o simple cartulina. Acariciamos un libro como se acaricia una persona amada, sabiendo que nunca nos traicionará, olvidará, abandonará, que nos esperará siempre donde lo hemos dejado.

El libro como objeto de regalo. Cuando hemos ya regalado todo a alguien que queremos o cuando no tenemos dinero para regalarle algo que refleje todo lo que la o le queremos, ¿qué puede haber mejor que un libro? Un libro que se adapte a los gustos --poesía, música, viajes biografías, aventuras, amor, extraterrestres-- de la persona a quien va destinado.

El libro como recuperación del pasado.

Me decían los libreros de la feria del libro viejo de Madrid que los libros que más se buscan y más se venden son los escolares de hace cuarenta y cincuenta años. Hasta el punto de que algunos de ellos --la enciclopedia Alvarez-- por ejemplo se han reeditado ante la imposibilidad de cubrir tanta demanda. Todos nosotros, en un momento u otro, hemos sentido nostalgia de releer aquellas páginas donde adquirimos los primeros conocimientos, nuestras primeras experiencias intelectuales sistematizadas, de reconstruir los primeros y vacilantes pasos de nuestra educación mental, que era al mismo tiempo sentimental, como medio de averiguar finalmente lo que somos y cómo somos. Es muy posible que tampoco lo logremos así, pero el placer que sentimos al encontrarnos con nuestros viejos libros es tanto o mayor que el que sentimos al encontrarnos con los viejos amigos.

El libro como fuente de distracción y entretenimiento sencillo y manejable. A un libro que no pueda leerse en la cama, en el servicio, en el autobús o en el metro, le falta algo fundamental, ya que la gente suele leer bastante en todos esos lugares. Ya sé que los ordenadores se hacen cada vez más pequeños y que en trenes, autobuses, de largo recorrido y aviones ofrecen películas a los viajeros. Pero siempre habrá el problema de las conexiones a la red, aparte de gentes que no estén interesadas en lo que la pantalla común ofrece en aquellos momentos, por variada que sea la parrilla, como tengo experiencia en los vuelos trasatlánticos. Total que por mucho que avance el libro electrónico, no creo que acabe con el libro impreso. Y si acaba, que sea cuando yo me haya muerto. No puedo imaginarme un mundo sin libros de papel, como no puedo imaginarme una comida sin pan. Puede ser una deformación, pues los libros son mi verdadera patria. En ellos aprendí a pensar, sentir, querer, y necesito no sólo verlos, sino también tocarlos, acariciarlos, abrirlos por la página que tengo señalada, cerrarlos, dejarlos, volverlos a coger, como un viejo amor de hecho, el más viejo de todos.

*Sacerdote