El Estado de Israel no ha podido celebrar de manera más coherente los 70 años de su existencia. Mientras en Jerusalén se inauguraba pomposamente la nueva embajada de Estados Unidos, en la frontera con Gaza, el ejército israelí disparaba con fuego real a los manifestantes palestinos, matando a 62 e hiriendo a más de 2.000. Como siempre, el mismo paripé en la comunidad internacional: tibias protestas por el «uso desmedido de la fuerza», llamadas a la «contención»… Mientras, Netanyahu saludaba a los «heroicos soldados» que defendían sus fronteras, ante el aplauso de los asistentes. Imaginemos que los asesinos (no tienen otro nombre) no fueran israelíes, sino el ejército de cualquier país disparando a manifestantes desarmados. Habría repercusiones, quizá sanciones y ese gobierno sería tratado como un paria. Los parias de la tierra, sin embargo, son los palestinos. Israel aplica, a fuego lento, el mismo remedio que sufrió a marchas forzadas: primero excluir a una parte de la población y reducirla a condiciones tan miserables como las de un ghetto. Así, el ser humano que, de haber nacido judío, viviría en uno de los países con mayor nivel de vida (no se puede negar ese logro al laborioso pueblo israelí en un territorio desértico), por haber nacido árabe es privado de toda esperanza, y llega al momento en que se dice, como un muchacho que se manifestaba: «No tengo nada que perder». En ese momento, viene el tiro de gracia. Y a casi nadie le importa, como a casi nadie importó el genocidio del pueblo judío hasta muchos años después.

Günter Grass publicó en 2012 un poema en el que llamaba a Israel «un peligro para la paz mundial». Cayó sobre él la fatwa del consenso occidental: prohibido criticar a Israel y menos por un alemán. Teniendo los germanos el timón de Europa, eso impide que pueda mediar entre los nuevos cruzados y los islamistas que, sin ayudar a los palestinos, utilizan su martirio como argumento contra Occidente. Mientras, la islamofobia es el nuevo antisemitismo, desde el Frente Nacional a quienes se indignan porque en tres pueblos extremeños haya clases de religión islámica. Normal: ya no hay apenas judíos en las sociedades europeas, pero sí millones de musulmanes. Mientras algunos etiquetan de antisemita cualquier crítica a Israel. Claro que hay judíos opuestos a la deriva de su gobierno que pide «cuanto antes» un ataque a Irán (iniciando una guerra de dimensiones incalculables). También había alemanes antinazis en 1939. Ello no quiere decir que no fuera correcto parar los pies a Hitler, y que se debiera haber hecho antes.

Recuerdo hace quince años cuando coincidí con un israelí, que vestía a lo gótico, en un curso de alemán. Declaraba que era racista, y añadía: «Pero los árabes también lo son». Claro que unos tienen piedras, y los otros balas y misiles. A favor de Israel juega que su rechazo es difícil extenderlo a sus habitantes, cuyo modo de vida es similar al nuestro y con los que es más fácil identificarse que con los desesperados palestinos. En 1933, se veía a los alemanes como el pueblo de «una gran cultura» y a los judíos como parásitos que además apoyaban el comunismo (como los musulmanes hoy el islamismo). Aunque tenga no pocos amigos judíos, algunos en Israel, en estos momentos lo único razonable sería un boicot diplomático total a ese país, el más peligroso para la paz mundial.