Periodista

Hace un rato, una muchacha morena muy bella, muy lista, muy abierta y muy creativa me ha dicho que la literatura es un rollo. He perdido los estribos, me he disparado y les he explicado a ella y a sus compañeras que la zafiedad de la televisión las tiene embobadas, que todo lo que no sea fama rápida, amoríos escandalosos o barbaridades zafias como los penes de Boris, Lecquio o Dinio les trae sin cuidado, que han desterrado de sus vidas el esfuerzo, el pensamiento, las ideas, la belleza, el buen gusto. Les he contado el caso de unos chicos que llevé hace un año a París y me dijeron que no querían ver el Barrio Latino ni Montmartre porque tenían un gran botellón en un parque periférico.

Estoy harto de observar este Cáceres de mi alma y ver cómo el tema del botellón se ha enredado tanto que tiene al gobierno municipal aprisionado en una red, dedicando sus energías a solucionar este problema mientras otras cuestiones importantes han de irse postergando. Estoy harto del botellón y de que mi ciudad viva día tras día dando vueltas a un problema que en otros sitios parece pecata minuta . Y todo porque hay 20.000 personas que si no beben de miércoles a sábado parecen no encontrar sentido a sus vidas.

El tema, visto con distanciamiento, es lastimoso y espeluznante. Resulta que los universitarios llegan a Cáceres entre el domingo por la noche y el lunes al mediodía. Dedican el primer día de la semana a organizar la despensa y reencontrarse con los colegas. El martes, entre las clases, el Eroski, las novatadas y unos cafés se sobrevive, más o menos. Al llegar el miércoles, van al cine y, a veces, ya empiezan el culebrón de la marcha botellonera. El jueves es la apoteosis, el viernes, el no va más y el sábado se van de Cáceres y toca botellón en el pueblo. Después, domingo y vuelta a empezar.

En resumen, la Universidad de Extremadura en Cáceres, en lugar de ser un foco de cultura en forma de conferencias, conversaciones de café, ciclos universitarios de teatro, cine, música y debates, se ha convertido en un foco de problemas y la ciudad no gira alrededor de un faro universitario irradiador de vanguardia, modernidad y sabiduría, sino en torno a un botellón. El párrafo anterior puede sonar a utopía, pero sé de lo que hablo porque durante años, y hasta hace muy poco tiempo, he seguido periodísticamente la vida universitaria de otras ciudades y les aseguro que era otra cosa muy distinta. En Salamanca, Oviedo o Santiago, la universidad transforma la ciudad y la revitaliza a partir de octubre. En Cáceres, la universidad botelloniza (perdón por el barbarismo) la ciudad hasta la exasperación, y ya es hora de decirlo.

El ayuntamiento ha creído que desterrando el botellón al hípico, se solucionaba el problema. Pero el ferial se ha convertido en una selva donde se despacha alcohol a menores, no hay horarios, donde casi todo se permite con tal de meter la basura debajo de la alfombra y que no se vea. Ya sé que Cáceres nunca será Cambridge, pero al menos me gustaría que fuera una ciudad con ambiente universitario normalito, no sé, Albacete, Zamora, Lugo...