De la misma manera que nos quejamos por los bajos índices de según qué parámetros económicos o del apoyo presupuestario que reciben la educación y la investigación, debemos alegrarnos por cifras como las que acaba de proporcionar el Ministerio de Sanidad y Política Social referidas a las donaciones de órganos en España y, como consecuencia, al número de trasplantes de órganos vitales, un 1,8% y un 2,1% superiores, respectivamente, a los datos del 2008.

Un país debe enorgullecerse de contar con una ciudadanía tan concienciada y comprometida, con unos índices que, doblando la media europea y ocho puntos por encima de la tasa de EEUU, se sitúan como los más altos del mundo: 34,3 donantes por cada millón de habitantes. A ello contribuye, sin duda, la reconocida calidad y las prestaciones ofrecidas por la medicina pública y las campañas a favor de un acto tan solidario y altruista, pero también una profunda convicción de la población, que siente la necesidad de ser útil a la sociedad más allá de la muerte, algo que parece muy sencillo de formular y que, en la práctica, dista mucho de serlo. En este mismo ámbito, pero incluso con más dosis de sacrificio personal, debe computarse el aumento extraordinario (un 50%) de los trasplantes renales de donante vivo y, desde otra perspectiva también de compromiso social, la donación de cuerpos a la ciencia.

La sociedad española debe enorgullecerse. Cifras como estas no solo nos permiten ser líderes en una lista tan honorable, sino que son, al mismo tiempo, incentivo para que la tasa no deje de superar récords históricos. Es una buena noticia que nos redime como sociedad y que emite un certificado de buena salud ética.

Otra cosa es cuando, enfocando más, se analizan los datos de los trasplantes en Extremadura. La conclusión a la que se llega es que ese liderazgo de altruismo que corresponde a la sociedad española es necesario, y seguramente posible, mejorarlo referido a la extremeña. Y ello porque la región se encuentra en los últimos lugares en cuanto a tasa de donaciones: 27 por millón, siete menos que la media nacional. A pesar del dato, el 2009 fue uno de los mejores años puesto que solo en el 2003 se rebasó la tasa de donantes que el pasado. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Por qué no despegan las donaciones en una región que, como ninguna otra, ha logrado superar en tiempo récord la tasa de negativas familiares, es decir, las ocasiones perdidas porque los familiares del donante se negaban a que se le extrajeran los órganos? Todo apunta a que el problema es más sanitario que social y, dentro del sector, más de los sanitarios que del sistema sanitario extremeño. Para hacer extracciones de órganos y, por tanto, conseguir trasplantes, es necesario que los médicos y sanitarios que se enfrentan a un posible donante piensen en la donación. Cuando ello ocurra seguramente no habrá hospitales inéditos en este campo, como fueron en el 2009 los de Coria, Navalmoral o Don Benito. Convencer a todos los sanitarios de la necesidad de la donación, ese parece ser el reto de la sanidad extremeña en este campo.