Escritor

Cuando menos se espera salta la liebre y es lo que le ha pasado a un conocido mío, con el trabajador que tenía dado de alta. Este trabajador era un dechado de perfección. Desde que entraba en el trabajo hasta que salía no paraba de hacer cosas. Todos los que entrábamos en la tienda nos hacíamos lenguas de él a su amo:

--¿Pero dónde has encontrado este mirlo?

--Pues si queréis que os diga la verdad, es un regalo de Dios.

A todo ésto Quini, que así se llama el trabajador, no paraba de preparar las lechugas, de recoger las mondas sobrantes, de traer y llevar cajones, de hacer recados sin cuento. Era un asombro, y lo sigue siendo o lo seguirá por además su simpatía y discreción. Un buen día, o mejor un mal día, Quini comenzó a cojear, y así estuvo una temporada, hasta que el propio jefe le dijo:

--Te vas a urgencia ahora mismo, no vaya a pensar la gente que cojeando tanto vas a ser maricón.

Bueno, pues lleva sin ir al trabajo cerca de dos meses. La culpa es de un pequeño hueso que lo tenía fracturado y fue la mujer la que llamó:

--Que a mi marido le han escayolado un pie.

Al quinto día el jefe lo llamó y se puso su señora:

--Pues en la cama está.

--Muy bien, ¿pero la baja...?

--¿Hay que llevarla?

--Es por hacer las cosas bien.

--Por nosotros si no quiere pagar, no pague.

--Que no es eso. Es que tu marido está legalizado, y para que la empresa tenga su respiro.

Desde entonces, el silencio. Como todos los años, su jefe le ha pagado el abono de tribuna del Badajoz y en Navidad le ha regalado un jamón ibérico, un queso de Castuera, unos vinos de Ribera del Guadiana y sus polvorones. Lo llamó para desearle un año feliz, sin apremiarle la vuelta. Lo volvió a llamar para decirle que los reyes le habían dejado una colonia y un roscón en la tienda.

La mujer ya no esconde la verdadera realidad: Quini le ha cogido gusto a la cama.