Me aterroriza ver cómo resucita el viejo fantasma del nazismo en personajes tétricos como Silvio Berlusconi y Nicolas Sarkozy (el primer ministro italiano quiere imitar la política de expulsión de gitanos de su homólogo francés). Observo que estos políticos pretenden de nuevo limpiar los territorios de aquellos tonos de piel y voces que no cuadran con la patria ideal que han creado en sus delirantes mentes. A algunos les molestamos los que hablamos en catalán, porque no encaja en su idea de España. Otros ven como una molestia que hablemos en castellano en las calles de Cornellà, como si hablar en aranés, árabe o gallego nos convirtiera en una especie inferior.

Si algo tienen en común los nazis que ha habido a lo largo de la historia es su odio al mestizo, al gitano que rompe sus esquemas, al judío que está ahí para decir que el binomio etnia-territorio es una falacia. Tal vez el problema es no entender que nadie habla en castellano o catalán para fastidiar a nadie, que nadie nace gitano o judío para causar un problema. Esto es como si un porteño y un charnego de Llefià --barrio de Badalona-- tuvieran que estar bajo la misma bandera por hablar ambos en castellano.

Los gitanos son deportados en Francia y son acosados en Italia. Vuelven a sentirse la basura de Europa. Se persigue la delincuencia, dicen los tiranos democratizados actuales, pero se deporta a niños. Se persigue a extranjeros, pero se expulsa a niños ya franceses. Los europeos miran para otro lado porque, en el fondo, Sarkozy hace lo que muchos de ellos sueñan con hacer mientras piensan en su patria, la que quisieran ver como cuando ellos eran niños y todo el mundo era blanco y católico.

Tori de la Rosa **

Badalona