Licenciado en Filología

El presidente del Tribunal Constitucional no ve justificado el nombre de las autonomías históricas y ha ido directo a las fuentes: el nacimiento, el crecimiento, la desintegración de las culturas puede seguirse por la higiene. Y ha sido expeditivo: cuando unos se lavaban y disfrutaban de fuentes de mil colores y olores diversos, otros, no se aseaban los fines de semana y utilizaban la áspera piedra del camino para la función tópica que hoy tiene el papel higiénico; los señalados han respondido que no es ese precisamente el hecho diferencial que vienen reclamando hace tiempo, pese a lo cual, el veterano constitucionalista insiste en la excelencia de su líquida genética de baños y abluciones del Generalife.

Enfrente, la España seca, espesa y cristiana; y que tire la primera piedra quien esté libre de pringue: si hay algún lugar común en nuestra historia, ese es el de la reina Isabel la Católica, que huía, según dicen, del agua como del diablo y no se mudó de saya durante años; otro tanto hizo la infanta Clara Eugenia de Austria, hecho mejor documentado, quien prometió no mudarse de camisa hasta que sus tropas no pusieran fin al asedio de Ostende: el sitio duró tres años.

Más contumaz fue, según F. Baer, el obispo de León, don Alvito, quien hizo promesa de no tomar ningún baño ni cambiarse de ropa interior hasta la consagración de la nueva catedral: la consagración tardó doce años.

Ante lo cual habría que inferir, por un lado que los huevos de ciertas nacionalidades fueron puestos en una precaria cesta incapaz de retener el agua, y por otro advertir que cualquier revisión lleva siempre, cainitamente, a las dos Españas, la húmeda y la seca, la rica y la pobre; a enfrentar la historia con la política y el pasado con el futuro: eso satisfará la vida emocional de algunos y tal vez aliviará algunas represiones, pero ni es la cuestión, ni la apuesta que hemos hecho.