A menos de un año de las elecciones municipales y forales en Euskadi, nadie es ajeno a los movimientos que se producen en la izquierda radical ilegalizada. El proceso abierto en su seno se puede mirar con desdén o desinterés, pero no por ello es menos evidente. Lo pondera el presidente de los socialistas vascos, Jesús Eguiguren , que cree que hay que estar social y políticamente preparados para el día después de ETA si este proceso llega a término e incluso para impulsar su fase final. Aunque lastrado por un acumulado de agravios y descrédito que alcanza a la práctica totalidad del espectro sociopolítico vasco, lo que deba nacer del proceso en marcha ha suscitado el interés ajeno en todos los sentidos: desde la esperanza al reproche; del interés a la amenaza de intervención judicial.

Quizás a estas alturas podríamos estar tratando como anécdota el aparente suicidio político de un partido con un cuarto de siglo a sus espaldas como Eusko Alkartasuna (EA), que ha ligado su futuro a la capacidad de redención de los herederos de Batasuna. El acuerdo suscrito en Barakaldo por el histórico de Herri Batasuna Rufi Etxeberria y el secretario general de EA, Pello Urizar , hace las funciones de una línea de vida que liga a ambos escaladores en un empeño común. Tanto es así que la caída de cualquiera de ellos arrastrará al otro definitivamente. En el caso de EA, llega a esta apuesta de todo o nada en situación de debilidad y sin recuperarse del último descalabro electoral, el pasado año, que redujo a 37.000 votos una base social previsiblemente más mermada hoy con la escisión subsiguiente ocurrida en Guipúzcoa, donde sus cargos públicos fundamentales se constituyeron a su vez en partido político.

Eusko Alkartasuna gestiona su último activo, las siglas, con la intención de hacer de ellas la base del polo soberanista que viene invocando la izquierda radical como alternativa a la hegemonía del PNV. Desde esa perspectiva, es hasta lógica la deriva de EA, pues en su esencia y nacimiento está la divergencia de la fuerza central del nacionalismo vasco. Pero es difícil prever que su peso social le permita sobrevivir políticamente en la amalgama que se gesta. La firme militancia y organización interna de sus socios, más allá incluso del ínfimo peso electoral de EA en comparación con quienes aún hoy siguen las directrices radicales incluso hacia el voto nulo, ofrece pocas expectativas de supervivencia diferenciada del partido. Está a punto de dar la razón a quienes sostienen que ha elegido morir en brazos de la izquierda radical por no hacerlo en los del PNV.

Sin embargo, con independencia de lo que sea de la formación fundada por Carlos Garaikoetxea , hay elementos que ponen en evidencia que en el mundo radical se ha asentado una estrategia que busca volver a la legalidad política. Una estrategia que no es ajena a la evidencia de que ese camino pasa por el fin de ETA. A su evidencia y a su dificultad. En consecuencia, se escenifica una separación de la organización armada y se llega a sugerir que una eventual acción terrorista tendría contundente respuesta por parte de quienes, esta vez sí, han apostado sin reservas por la política. Para convertir esta vocación en algo más que un ejercicio estéril de voluntad debería asentarse una capacidad de liderazgo que aún hoy no se ve materializar.

Días atrás, un ataque con cócteles molotov contra una oficina de la Ertzaintza dejó en evidencia lo liviano del acuerdo de bases de EA y la izquierda aberzale ilegalizada. Una acción casi inocua no suscitó más valoración que la reiterada afirmación de que ese no es el camino y la promesa de estudio conjunto del hecho entre ambos socios. Nada de la contundente reacción que prometía EA y cuya ausencia la deja inerme y precaria ante la presión que ya se ejerce en forma de amenaza directa del PP vasco a sus futuras listas electorales o el endurecimiento de la ley de partidos que baraja Interior.

EA y Batasuna precisan que la línea de vida que les une reciba otro anclaje. Los guiños a Aralar tienen mucho que ver. La formación escindida de Euskal Herritarrok ha sido la prueba del nueve ponderada para demostrar que se puede ser independentista y contundente contra ETA. Es natural que, para dar visos de seriedad a la apuesta política por las vías democráticas, el partido de Patxi Zabaleta sea fundamental. Tan obvia es esta necesidad, que en Aralar eluden atarse a esa cuerda pese a que ya cuentan con un ofrecimiento oficial. Sus recelos dificultan más la reedición de lo que fue Euskal Herritarrok durante el pacto de Lizarra. Y sin esa plataforma no estarán en condiciones de disputarle el liderazgo al PNV y de rescatar el voto ilegalizado de la coalición, que llegó a sumar 230.000 votantes. Pero esa línea de vida todavía está atada al peso muerto de ETA sin que haya público contraste de que la banda esté por avanzar en esa dirección. Si no lo hace, y nadie se atreve a cortar ese cabo de la cuerda, el peso muerto hará caer a toda la cordada dando la razón a quienes no creen en la sinceridad de su apuesta por la paz.