Aprovechando los días libres o inventando días libres para aprovecharlos, me escapo en un viaje hacia adelante que resulta ser hacia atrás a Lisboa. Desde que viví aquí, hace bastante tiempo, nunca he conseguido encontrar en otro lugar la sensación de abandono que esta ciudad lleva en sí misma. Y aunque uno lo recuerda, sólo al regresar identifica ese sentimiento teñido o bañado por la niebla y el humo de los puestos de castañas asadas. El escenario perfecto para dialogar con los fantasmas, los de ayer, los de ahora y los que faltan por llegar. Caminar pausadamente por sus calles se convierte en un ejercicio de desaparición, hasta que finalmente no estás. Y el viento te lleva y te arrastra, de un rincón a otro de la memoria. Recuerdo al entrar en una librería unos versos que el poeta Mário Cesariny escribió como dedicatoria en una lectura pública a la que asistí: La noche loca / la noche con árboles en la boca . Pienso que Lisboa tal vez sea una inmensa boca, una cavidad que te engulle, y de la que aunque salgas nunca dejas de habitar, y sea tu sombra, ahora con otros rostros y otra forma de andar, la que encuentras en los pasos de cebra, en las esquinas y en las miradas furtivas. Aunque también puede ser que la sombra seas tú, el que se fue y ahora regresa, y tú quien se quedó. Tampoco lo sabremos. António Lobo Antunes tiene como título en una de sus brillantes crónicas El pasado es un país extranjero . Ver el Tajo siendo o Tejo, el otro lado del espejo, mientras la tarde cae y el café eleva su aroma, me hace ver la figura de Antonio Tabucchi paseando junto a Pessoa y debatiendo sobre Réquiem . Y éste último diciéndole: Estoy perplejo hoy, como quien pensó y halló y olvidó. Estoy dividido hoy entre la lealtad que debo / A la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera, / Y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro .