El llamado síndrome de la Moncloa atacó con virulencia a José María Aznar. El inquilino del palacio presidencial entre 1996 y el 2004 se aisló tanto del mundo que por lo visto no se enteró de nada. Es esta una explicación benigna al sonrojo que provoca que Aznar siga diciendo ahora que en el 2003 "nadie" sabía que era falso que hubiera armas de destrucción masiva en el Irak de Sadam. Los miles de españoles que se lanzaron a la calle para protestar contra la guerra ya cuestionaban la existencia de tales armas, por mucho que la pregonaran Bush y sus aliados de las Azores: Aznar y Blair. El jefe de los inspectores de la ONU, Hans Blix, había pedido más tiempo porque no encontraba pruebas fehacientes de su existencia pese a las presiones de la Administración norteamericana. Pero hay otras explicaciones a la inopia de Aznar. El mismo apunta una hipótesis: "Tengo el problema de no haber sido tan listo y no haberlo sabido antes". Pero en su falta de listeza tampoco debe estar la explicación. Más bien habría que buscarla en el cinismo de un personaje cegado por una visión del papel geoestratégico que debía jugar España al lado de Bush, que le impidió ver más allá. "Todo el mundo creía" en la existencia de esas armas, insiste. Y aunque no fuera verdad, ¿qué importa?, porque si se apoyó la guerra y se enviaron tropas fue porque era "lo más conveniente para los intereses nacionales". Afortunadamente, el nuevo Gobierno retiró a los soldados a tiempo, saliendo del avispero en que se ha convertido Irak. Ahora se trata de esperar a que, dentro de tres o cuatro años, Aznar sea listo y descubra que las bombas del 11-M en Madrid las puso Al Qaeda y no ETA.