Si de niños nos hubieran explicado lo cansada que puede llegar a ser la vida, no lo hubiéramos creído. La máquina perfecta de regenerar energías que es la infancia no entiende de estas zarandajas.

Los buenos escritores suelen abordar diversos temas, pero conceden prioridad a uno de ellos. El tema nuclear de los cuentos y novelas de Pilar Galán es el cansancio. Un cansancio no físico sino mental, no el cansancio de las batallas épicas sino el cansancio del día a día, ese que no habita las páginas de los libros de Historia. Ese cansancio que ha convertido nuestra existencia no en las jornadas gloriosas soñadas en la infancia, sino en un mero ejercicio de supervivencia. La muerte de un ser querido, el trabajo, las relaciones de pareja -a veces compulsivas-, la amorosa pero agotadora crianza de los niños o los lazos familiares deambulan por los libros de Pilar con insistencia. Aquello que más amamos es paradójicamente lo que más nos agota.

El último de los libros de Pilar, La vida es lo que llueve (De la Luna Libros, 2016), es representativo de su quehacer literario.

«Castilla en noviembre -comienza Pilar uno de los cuentos- da para lo que da», esto es, para la apatía, la estrechez de oportunidades, los escasos estímulos antes de que caiga la precipitada noche... (La vida, ahora que lo pienso, es una Castilla en noviembre).

Pilar exhibe las aristas de nuestra existencia, si bien adereza sus historias con dosis de ocurrencias redentoras. Su literatura es una queja sonriente. No faltan en el citado libro sus habituales cuentos metalingüísticos o de humor (a veces negro), pero más allá de estos ejercicios de estilo convendremos en que la suya es una pluma benéfica que nos ayuda a combatir el cansancio y soportar así esas vidas de silenciosa desesperación de las que hablaba Thoureau.

Escribir es sobrevivir. Pilar bien lo sabe, y sus afortunados lectores, también.

*Escritor.