Escritor

Nada hacía presagiar que la tarde plomiza del primer día del año trajera nada nuevo. Así, entre la enésima indigestión de estas fiestas y esa ineludible tendencia a la melancolía que propician, a un tiempo, la lluvia y el futuro uno se preparaba para echar una inocente cabezadita y, ya más despejado, seguir leyendo Celebraciones, de Michel Tournier. Esas cábalas me hacía de vuelta de la cochera cuando, al entrar en casa, mi mujer me dijo que acababa de llamar nuestro amigo Vicente Sabido. La escueta noticia me alegró la tarde de golpe. Escuchar luego su voz y charlar con él, tanto tiempo después, la convirtió de momento en algo completamente distinto a lo que mi pesimismo (o mi experiencia) presentía. Conocimos a Vicente en Badajoz, a principio de los ochenta, en el II Congreso de Escritores Extremeños (y luego dicen que los congresos literarios no valen para nada) y desde entonces nos adoptó como sobrinos suyos y nosotros empezamos a quererlo como a un tío. Tan es así que nadie, salvo él (y Paco Muñoz a veces), me llama Alvarito.

Recuerdo una conversación que tuvo lugar en los sótanos del hotel Zurbarán en la que participaban, entre otros, Felipe Núñez (otro pariente, pero carnal) donde ambos hicieron un elogio entusiasta de Beckett. Como estaba ante maestros, tomé buena nota y empecé a leer al autor de Malone muere. De esa novela en adelante.

Por si alguien no lo sabe (lo que no me extrañaría teniendo en cuenta el pésimo conocimiento que tenemos de nuestros escritores de verdad), Vicente Sabido (Mérida, 1953) es poeta y profesor de la Universidad de Granada donde comparte amistad y docencia con otros poetas como García Montero o Miguel D´Ors. Para su bien, no es un poeta prolífico. Me comentaba que no sabía bien porqué pero el caso es que últimamente apenas escribía poemas. Le recordé el diagnóstico de Gil de Biedma a propósito de las edades literarias: entre ellas no está la madurez, nefasta para los pobres vates. Casi mejor así, no hay cosa peor que repetirse y aburrir, de paso, a todo el mundo (que tratándose de lectores de poesía es decir cuatro gatos), empezando por uno mismo. Traje a colación el caso del archicitado Hierro que estuvo más de veinte años sin publicar hasta que apareció Agenda. Por eso, le dije, hacemos bien en escribir prosa. El, aparte de los preceptivos trabajos de crítica literaria (hay uno delicioso sobre El observatorio rústico del padre Salas), escribe unos dietarios que de vez en cuando publica, por entregas, en la revista Clarín, la de nuestro paisano García Martín que, por cierto, debió incluirlo en su antología Las voces y los ecos. El último daba cuenta de una de sus estancias norteamericanas como profesor visitante de una de esas universidades que salen en las películas y en una de las novelas de Cercas. Para quienes no conozcan su obra y quieran hacerlo, lo que recomiendo, pueden conseguir una antología, Los cuarenta principales, en la colección Maillot Amarillo de la Diputación Provincial de Granada (1999). Sabido es, además, uno de los dos extremeños que han publicado un libro en la editorial sevillana Renacimiento, Aunque es de noche (1994).

Nos hemos propuesto un pío deseo al empezar el año: llamarnos con cierta frecuencia, que no es bueno que la familia hable tan poco. Eso y reencontranos en Mérida el próximo verano. Que así sea.