Licenciada en Derecho

Es Navidad --comentan--, y si una encuentra todo cambiado, el ritual comienza con el resplandor de las sonrisas de las gentes, por fin somos algo más educados, y ya la calle no es sólo cosa de nosotros y nuestros pensamientos; todo continúa con la entrada triunfal en las tiendas, nuestro refugio añorado, una especie de posada virtual en la que quedar nuestros cuartos, y satisfacer nuestro ego; y, por último, las calles con tal luminaria que ni siquiera a las diez de la noche puedes sustraerte del personal, no queda ni un sólo resquicio de penumbra por el que pasar inadvertida.

Con la Navidad se ha jugado a todo, que si es un tiempo de reflexión, que si es un acontecimiento religioso, que si es la época de la solidaridad. Lo que parece evidente es que si algo define estas fechas son las compras, las visitas sistemáticas a los grandes almacenes, el ir y venir de regalos, como en una especie de competición postraumática. Aquí no se libra nadie.

De esta manera, nuestros queridos y admirados Reyes Magos han sido sustituidos por su tardanza, por el señor orondo del traje rojo, más rápido y veloz con su trineo. Siento verdadera tristeza por estos tres personajes, pero hay que reconocer que el márketing de Papá Noel es toda una pasada. Te los encuentras en todos los lugares, evidentemente son ajenos al recatamiento de los tradicionales Reyes Magos. Además --como dicen algunos pequeños-- en el trineo de Papá Noel caben más juguetes que en los camellos de los Reyes Magos de Oriente. Buena razón, quizá sea ésta; no obstante, tengo que reconocer que me gusta poco dejar de lado la larga tradición de Melchor, Gaspar y Baltasar, frente al hecho marketizado del Papá Noel.