El 17 de agosto hubo un espantoso atentado en las Ramblas y tres días después, el Barça jugó su partido contra el Betis. No lloraron en público ni Junqueras ni Piqué. Después sí, pero no por los muertos. Primero Junqueras y luego Piqué. Este último dicen que no tanto por la pena patria mas por el despecho de que Messi quería jugar y se jugó. Bartomeu cerró el Nou Camp para que todo el mundo viera cómo sufren los catalanes, y hoy las noticias abren y cierran con razón con imágenes que no deberían haberse producido, y con antidisturbios entre cuyas obligaciones no está ofrecer la otra mejilla a los tortazos ni sufrir con paciencia los insultos y vejaciones, contra lo que debieron creer los que expusieron a niños y ancianos a un riesgo seguro, tal vez convencidos por numerosos curas de la divina causa secesionista.

Hace ya algún tiempo que estamos ahítos gran parte de los demás españoles del sufrimiento catalán, que menudea en las pantallas como noticia única para su propio oprobio en obsceno contraste con todos los verdaderos dolientes del mundo tan ancho y tan ajeno, desde los damnificados por terremotos y ciclones en la América hispana hasta los inocentes ametrallados por un loco solitario en un concierto de Las Vegas.

Es fácil ahora opinar sobre lo que Rajoy, para unos un pusilánime, para otros un cruel y para otros las dos cosas, debería haber hecho. Hoy solo queda claro que lo que hizo salió mal. Sánchez sigue empeñado en dialogar con quienes han violado ya la ley repetidamente, en abierta contradicción con tantos en su partido que exigen una postura con menos cálculo electoral y más sentido de estado, desde Ibarra hasta Díaz, pasando por Lambán y Page. La parte más visible de una Cataluña a la que los demás españoles, seguramente de modo injusto, cada vez quieren menos, se muestra insurrecta y odiadora, empecinada en la revuelta. Esto, desde luego no lo arregla el resto de España. Si acaso, la otra mitad de Cataluña que no se merece lo que está padeciendo. La Cataluña silenciosa y laboriosa. La que no llora en público porque tiene vergüenza.