TCtuando tenía diez u once años no me hartaba de escuchar una canción del neófito vinatero --también excelentísimo cantautor-- Joan Manuel Serrat : Barquito de papel . Recuerdo que mi hermano compró el elepé Mediterráneo --que incluye la canción Barquito de papel -- un verano para estrenar un tocadiscos amarillo de aquellos cuya tapadera hacía las veces de altavoz, concretamente de aquellos guatequeros que también funcionaban con pilas y nos los llevábamos incluso al campo de merendilla. Era durante la siesta cuando yo, casi a hurtadillas para no molestar al adormecedor silencio de la siesta, buscaba la caja musical por la casa, la destapaba y colocaba el elepé en el giradiscos para que el aparato sonara muy bajito. Cuando llegaba la canción Barquito de papel , mi imaginación me trasladaba irremediablemente, aun siendo verano, a los primeros días lluviosos de otoño, a los esporádicos regatillos que se formaban en las calles, en los que los niños de entonces poníamos a navegar trocitos de palo cuyo viaje terminaba cuando eran tragados por la sombría boca de algún sumidero.

Tras estas primeras lluvias, venían otras más cuantiosas que convertían en riachuelos las secas cicatrices de la tierra extremeña y reponían en los embalses el agua consumida durante el verano. Por entonces el agua no tenía demasiados asuntos que atender: regar la tierra, almacenarse en pantanos, llenar manantiales, fluir por ríos, chorrear por fuentes y llegar hasta las casas a través de tuberías para apagar la sed y cuidar la higiene de las gentes.

Hoy al agua le damos demasiadas ocupaciones aparte de las suyas propias: regar infinidad de jardines privados, llenar multitud de piscinas particulares, mantener el césped de muchos campos de golf, atender millones de aspersores, lavadoras, lavavajillas y cisternas de váteres que se utilizan desmesuradamente. La verdad es que no la estamos tratando bien al agua y quizá por ello a veces se nos presenta en forma de lluvia cabreada.

*Pintor