En estos días, la lluvia dejó de ser húmedas hebras de plata lanzadas desde el cielo, golpeando suavemente nuestras ventanas, rodeando flores y valles con un millón de caricias. Esta vez emergió del corazón del mar en alas de la muerte y los desatados elementos culminaron con desastres. Tres gigantescas torres de hierro fueron abatidas por el vendaval furioso sembrando la muerte: una mujer, en estado de buena esperanza, no cantará a la vida durmiendo a sus mellizos en su regazo, mientras, el papá se repone bañado en lágrimas por tan gran pérdida. Dos ancianos, ya no pasarán las horas junto al televisor recordando sus alegrías y sus penas. Unos marineros no volverán a sus hogares para contar a sus hijos, en alegres encuentros, sus aventuras por los mares de la tierra. Los agricultores nos enseñarán sus invernaderos destrozados y lo que era alegría hoy son lágrimas. Un viejo petrolero, cual inmensa bañera repleta de lo que iba a ser elemento de vida, se agita en el mar amenazando muerte; mientras, desde tierra, familias marineras temen lo peor, emigrar. Los políticos y armadores, dueños de la tierra y el mar, continuarán discutiendo sobre seguridad, y, el poderoso Don Dinero seguirá siendo origen de risas y lágrimas, fuente de falsa luz, manantial de aguas contaminadas, pisoteando los corazones de los pobres, flores que no llegaran a madurar.

El recuerdo de que hay que erradicar la pobreza llamará a los corazones; pero seguirá siendo como una hoja de otoño que susurra un instante con el viento y luego no vuelve a oírse mas. La risa placentera que un día como flor de primavera se asomara a la vida languidece bañada en lágrimas entre lluvias de promesas.