Hace ya algunos años, cuando ni los servicios secretos británicos, ni los estadounidenses, sabían lo que sucedía en el seno de la antigua URSS, apareció un gremio que adquirió enseguida un gran prestigio, y a los que se les denominaba kremlinólogos. Un kremlinólogo sabía mucho menos que un agente de la CIA, pero a través del enarcamiento de cejas del primer ministro ruso, o del análisis de su discurso en la ONU, o del estudio de su semblante, durante el desfile de las tropas en la Plaza Roja, de Moscú, elaboraba teorías, proyectaba hipótesis, es decir, convertía sus barruntos en doctrina. Luego, cayó el muro de Berlín, y nos enteramos que lo que había detrás era un plomizo sistema autoritario y tan pocas ideas como tenían los krelimnólogos.

Aquellos hermeneutas han sido sustituidos en nuestro país por los etálogos. Un etálogo que se precie toma un discurso de Otegi y advierte matices insospechados, atisbos deslumbrantes, conjeturas que se nos escapan al común de los mortales. A través de un adverbio, de un adjetivo o de un ademán, son capaces de decirnos lo que no nos han dicho, de la misma manera que los arúspices leían el hígado de las ocas, mientras los no iniciados en un hígado de oca sólo veían una víscera ensangrentada.

Los hermenutas de ETA me deslumbran por su presunta perspicacia, pero en todos estos supuestos movimientos, en estas tinieblas envueltas en nubes y metidas al fondo de una nave negra, nadie dice que sea una grosería simpatizar con unos pistoleros que son capaces de pegarle un tiro en la nuca a un concejal, y que vivir en un sitio donde la policía se tapa la cara como si fueran criminales, y algunos partidos políticos no pueden completar sus listas electorales porque la gente tiene miedo a que la maten, sea una anormalidad, por no decir una monstruosidad, que no tiene parangón en ningún otro territorio de Europa. Hasta que un día se derrumbe el muro y veamos un sistema autoritario, tan plomizo como el del Kremlin.

*Periodista