Hace casi un año, ya en época navideña, me trasladé de piso. Esta será mi segunda Navidad en mi nueva casa, un lugar cómodo que me gusta mucho. En mi antiguo hogar acostumbraba a colocar un pequeño árbol navideño sobre un estante, con unas pequeñas luces que daban un ambiente muy cálido. Recuerdo que el 7 de enero me apenaba quitarlo. Cuando hice el traslado me desprendí de muchos objetos inú-tiles que acumulamos los humanos, pero conservé aquel árbol, que me traía muchos y buenos recuerdos. Ayer lo recuperé, lo coloqué y cuando quise encender las luces... se fundieron. Compré luces nuevas, encendí el árbol y me senté en el sofá a contemplar el efecto: el viejo árbol no tenía ningún tipo de encanto. Y vi claro el motivo: las luces son led de bajo consumo. ¡Qué error! ¿Cómo se me ocurre tratar de crear una iluminación cálida y navideña con esas bombillas de luz blanca y fría? Hoy en día es complicado encontrar otro tipo de bombillas, de esas que dicen que gastan tanto. Pero yo mañana, después de ir al dentista -que me cobrará una pasta-, iré a comprar bombillas que no sean led y que me iluminen un poco la vida cuando me entristezco. Prometo no comprar turrón para compensar el gasto.