Las organizaciones sociales que combaten los efectos de la pobreza han pasado de los grandes principios y las ideas generales a las propuestas concretas. Era un paso que debían dar de forma ineludible para ser eficaces en su lucha contra la exclusión social y las tragedias humanas que alientan detrás del avance imparable de los índices de pobreza. Los datos son preocupantes: 70.000 extremeños viven con menos de cinco euros al día y 1.400 millones de personas en todo el mundo se encuentran en situación de pobreza extrema. Entre tanto, las administraciones han recortado la cuantía de los programas sociales.

¿Cómo dar solución al rompecabezas? El sentido común induce a pensar que llevan razón quienes creen que hace falta una reforma impositiva que afecte a las grandes fortunas, persevere en la represión del fraude fiscal y se oponga a la economía sumergida. En cambio, el análisis del estado de las finanzas públicas lleva a otros muchos a pensar que la primera obligación de cualquier Gobierno es controlar el déficit y enviar a los mercados un mensaje de confianza. Como, hasta la fecha, ninguna receta se ha manifestado totalmente adecuada para superar la crisis y evitar una sociedad dual, seguramente solo una fórmula intermedia puede atacar el problema. Una combinación de medidas fiscales y austeridad presupuestaria es verosímil y deseable.