WLw os resultados electorales de las presidenciales brasileñas confirman la amarga e insuficiente victoria de Lula da Silva, forzado a una segunda vuelta, y ofrecen un retrato inquietante de los fuertes contrastes de Brasil, primer país de América Latina, novena potencia económica mundial y tercera democracia más poblada. El presidente triunfó abrumadoramente en el noreste, región que concentra a la mitad de las familias pobres del país, pero fue derrotado por el socialdemócrata Geraldo Alckmin en el sur desarrollado y en Sao Paulo, metrópoli financiera y locomotora económica. La fractura electoral no refleja solo la distancia entre el norte de la miseria endémica y el sur de la riqueza y la modernización, sino también la crisis moral que sacudió a las clases medias urbanas ante la corrupción galopante durante elmandato de Lula. Los escándalos económicos durante toda la legislatura, y que arreciaron en plena campaña electoral, con el descubrimiento de algo parecido a un Watergate, socavaron la popularidad del presidente y su atractivo electoral. El mito empezó a resquebrajarse.

Los logros de Lula son innegables. El primer presidente surgido de la clase obrera sorprendió con una conversión a la ortodoxia financiera, la estabilidad y unos programas distributivos que por primera vez en 15 años han hecho retroceder a la pobreza. Lula defraudó a los que le aclamaron como héroe anticapitalista, pero sus dificultades surgen precisamente del éxito económico y de su incapacidad para regenerar un sistema político caciquil y corrupto, el gran baldón de su mandato.