TMte cruzaba con la gente que me encuentro cada día a las ocho de la mañana cuando voy a trabajar, pero los gestos eran más sobrios, las caras más adustas, las cabezas más inclinadas, los dientes más apretados. Eran las ocho de la mañana, la hora en que un país camina hacia su trabajo, y la hora en que los asesinos hicieron caminar hacia la muerte, a quienes habían salido de casa, como yo, para ganarse el pan. En vísperas de elecciones, de la celebración de la democracia, los asesinos han querido que ésta la celebremos de luto, con la sangre, el terror, la muerte desparramada sobre las vías del tren y las estaciones madrileñas. Y aunque todos estamos hoy un poco más muertos y todos somos un poco más víctimas, este pueblo enterrará a sus muertos, curará a sus heridos, perseguirá, encerrará y acabará con los asesinos que se oponen a la convivencia democrática y a que la gente se levante, camine, trabaje y construya un país en libertad. Desde la rabia y el dolor, desde la orfandad de tantos hijos, la soledad de tantos padres, el dolor de tantos heridos, y en nombre de todos los estudiantes y obreros que viajaban en el tren de la muerte, iré a votar el domingo para que en este país, a las ocho de la mañana, la gente pueda ir, sin temer una bomba terrorista, a su trabajo.

*Filólogo