TStiempre he pensado que lo mejor cuando llega el Día del Padre, es hablar de las madres. Del padre laborioso, guerrero, futbolero, intelectual o médico concursante de la tele (que ya me dedicaré al de Pasapalabra ) hablamos todo el año. De las madres, cuando lo hacemos, siempre es en el sentido más épico y menos fairi de la palabra. Esforzadas, abnegadas, sufridas, silenciosas, mártires (algunas veces hasta vírgenes de las angustias ) y tal, son adjetivos etéreos que atribuimos a las madres como si ellas no fueran también las que hacen colas en las pescaderías o resuelven ecuaciones vespertinas que un futuro proyecto de padre es incapaz de rematar en sus deberes escolares. ¿Se imaginan a una entidad abnegada-mártir-silenciosa entrando en el Pryca? Y el caso es que entran, claro que entran, pero sin adornos literarios y con la cartera bien medida. ¿Por qué no nos quedamos con la sencilla palabra madre ? ¿Por qué una mujer madre necesita literatura barata para definir su entrada en un supermercado y a un padre, un señor que mira botellas de vino en el mismo supermercado, se le trata en positivo hasta que se acerca a la estantería del detergente? Entonces, cuando llega hasta el Ariel, la que esclaviza, manda y ordena, es ella, su esposa, la madre, por mandarle a comprar detergente.Aparte de estas consideraciones, hoy hablo de ellas porque dos amigos han visto en esta semana cómo se iban sus madres. Y quiero unirme al homenaje que esas dos mujeres, Maruja y María Luisa , merecen.

Un homenaje sencillo a algo tan sencillo como ser madres (sencillo a pesar de sus luchas, sus ternuras y, sobre todo, su capacidad de dar vida). Por ellas, este beso de hijo.

*Dramaturgo y directordel consorcio López de Ayala