La primera imagen que tengo de Venezuela tiene más que ver con los certámenes de belleza que con los lujosos, pero aislados, guetos en los que tienen que vivir los expatriados a los que sus empresas deslocalizan en la patria de Bolívar. Poco queda ya de la tierra que durante décadas se vendía como el milagro socioeconómico de la América hispanohablante. Todo quedó atrás; y el recuerdo más reciente para los españoles es aquél célebre "por qué no te callas".

Si primero fue el gritón de Hugo Chávez quien aprovechaba para criticar a España y los políticos españoles mientras daba cobijo a delincuentes y asesinos de ETA en su Estado bolivariano; ahora es Nicolás Maduro quien ha decidido seguir en la misma línea, la de la descalificación y el insulto. Tampoco el presidente de la Asamblea Nacional ha querido quedarse fuera.

El mismo que expulsa a políticos opositores elegidos por el pueblo del parlamento, pide ahora que los presidentes del Gobierno de España se dediquen a sus cosas; mientras acusa a Felipe González de dirigir grupos paramilitares --en fin, ya se sabe lo que cree el ladrón-- y de racista a un Mariano Rajoy al que ya Maduro acusó de ser el causante de todos los males venezolanos.

Y es que, mientras me reafirmo en la idea de que lo que tiene que hacer España es trabajar con terceros países por que los ciudadanos venezolanos recuperen los derechos que les han sido arrancados; no consigo encontrar la razón de por qué Mariano Rajoy tiene culpa alguna en la corrupción institucionalizada que instauró Hugo Chávez , en el desabastecimiento que provoca el racionamiento, en la grave situación de las clases más desfavorecidas, o en la violencia que se está instaurando en cada rincón del país; mientras Nicolás Maduro , el que un día escuchó a los pájaros hablar, juega a desviar las miradas de su podrida gestión.