Dice Javier Sierra, el nuevo premio Planeta, que la historia es un antídoto contra la manipulación.

Y los medios lo recogen en titulares, como si acabara de descubrir la pólvora, olvidando que hace siglos que Cicerón escribió que la historia es maestra del tiempo, vida de la memoria, y que autores como Plutarco o Luciano, o el mismo Tácito (que debería ser lectura obligada para todos los políticos) ya nos contaban que un historiador tiene que ser imparcial, y no conceder nada al perdón, y que ha de mostrarse benévolo con todos, sin excederse, sin rey, sin ley y sin patria, y sin preocuparse de lo que este o aquel pensará, refiriendo verazmente los hechos.

Es curioso que sea Javier Sierra, escritor de novelas históricas, que no de historia, quien defienda el valor de esta como antídoto. Puede que sea también un signo de los tiempos que nos ha tocado vivir, tiempos en los que los sucedáneos tienen mucho más valor que lo auténtico, y lo original queda desprestigiado por la inmediatez de la copia.

Muchos lectores de novela histórica creen estar leyendo verdades como puños, y se extrañan cuando la realidad no coincide con lo pintado.

Sucede lo mismo con los alumnos que se matriculan en criminología, creyendo que los laboratorios van a estar plagados de bellezones como los de CSI, y todos los destinos van a tener el encanto de Miami y la vida de las Vegas.

Sin entrar en valoraciones literarias, y en comparaciones o clasificaciones, este subgénero también cumple su función.

Puede que muchos de sus lectores den el salto a ensayos históricos o puede que no, pero no lo harán nunca si empiezan leyendo a Suetonio o Tito Livio, autores altamente recomendables, pero no adecuados para principiantes.

Por lo pronto, la frase del ganador del premio Planeta ha despertado a la bestia de las cloacas y ya andan los sumideros atacando al autor y a lo que dice.

La historia es pura manipulación, arguyen quizá los mismos que llaman presos políticos a los que han incumplido la ley, o quizá los que inventan raíces y orígenes para justificar lo injustificable, en un ataque de histeria más que de historia.