TDturante las últimas semanas estoy asistiendo por varios pueblos de la Comunidad a actos donde proyectamos el documental Las maestras de la República para pasar a continuación a mantener un coloquio donde procuramos despertar el interés del auditorio dando unas pinceladas sobre lo que se narra en la película.

Y muy gratamente sorprendidos estamos quedando. No es sólo nostalgia, sino respeto y admiración por la ingente obra que en este ámbito se desarrolló en nuestra tierra. Y sobre todo por la constatación de los cambios. De lo que supuso el antes y lamentablemente el después. Ahora que volvemos la vista a la Transición parece interesante que nos percatemos de cómo hemos padecido la desgracia de sufrir el parón en el reloj de la Historia, en sus avances, en el progreso, en la libertad... entre 1939 y 1975.

Esbocemos solamente algunas de las cuestiones que se abordan y que serían objeto de una necesaria mayor profundización: la construcción de miles de escuelas que sirvieron para paliar el miserable escenario donde aprendían los niños de la época (cuadras, habitaciones sin ventilación, ni materiales, espacios compartidos...). La formación de los maestros, con el gran avance, como se puede constatar en Cáceres de la construcción de la denominada Normal de la avenida de la Montaña (actual edificio del Instituto de Lenguas Modernas) y que acababa con la diferenciación en la preparación de maestras y maestros separados. Algo que se extenderá también al concepto de coeducación, donde al igual que pasa en la sociedad donde se van a desenvolver, lo niños y las niñas, aprendían y convivían juntos.

Con los métodos más innovadores y vanguardistas de la época, con una pedagogía que bebía de la Institución Libre de Enseñanza y de los más modernos movimientos de renovación pedagógica se trató de enseñar a aprender. De bucear en la auténtica vocación de la profesión: el alma. De trasladar a los escolares de zonas rurales como la nuestra, experiencias jamás soñadas por ellos: las visitas a la playa con las colonias infantiles o la música, el teatro, la literatura, la pintura... que trajeron las misiones pedagógicas.

Era lo que ahora llamamos educación en valores: la ciudadanía, la paz, la igualdad, la metodología basada en la práctica, las excursiones al campo... Las maestras de la República lucharon, en otro orden de cosas, por combatir el desbordado analfabetismo que lastraba el desarrollo de la mayoría de nuestras poblaciones con porcentajes espectaculares de gente que no sabían ni siquiera leer ni escribir. Mención especial merece la educación de los adultos. Papel ejemplar en este caso lo tuvieron las Casas del Pueblo.

Fueron además transgresoras en su forma de vida cotidiana tanto en la época como en los sitios donde trabajaron: su forma de vestir, de actuar en privado, sus peinados...chocaban con el modelo de mujer tradicional y contribuyeron a desterrar malos hábitos y al cambio de muchas costumbres. ¡Incluso trabajaban aunque sus maridos lo hicieran! La represión, la cárcel y el exilio acabaron con todas estas ilusiones. Fueron depuradas doblemente: por ser maestras y por ser mujeres: el hecho de ser autónomas e independientes era un problema para los valores tradicionales. Pero tenemos Memoria.