El día de Reyes, contemplando a la chiquillería, me dio por pensar acerca de lo hermosa que resulta la inocencia, la credulidad, la ilusión y hasta la ignorancia parcial de ciertos planos de la realidad. Dicen que, a veces, es mejor no saber. Y, en según qué ámbitos de la vida, es bien cierto.

La mirada limpia de la infancia está cargada de intuición y carece de un basto conocimiento. Y eso es una bendición que se nos da de 'chiquininos', pero que se nos va marchitando con los años. La caducidad de esa pulcritud retiniana es una auténtica pena, porque de pequeños tenemos la felicidad plena de quien no sufre con la mirada. Y, a medida que crecemos, nos la van pervirtiendo, sobre todo con el bombardeo televisivo y de las redes, aunque también a la intemperie, en esta sociedad que no protege a sus hijos.

Hay padres que no tejen filtros para sostener la inocencia de sus vástagos. Y los hay que creen hacerles un favor al quitarles la venda que les separa de la contaminación. Son ellos los principales responsables de que a las criaturas se les corrompa el pensamiento. Y, frecuentemente, detener la infección sería tan sencillo como clarificar la posesión del mando catódico o delimitar la frontera entre lo permitido y lo prohibido.

La escuela y el instituto también son espacios en los que se resquebraja esa credulidad e ignorancia de las cloacas, no por el aprendizaje escolar (tan necesario, tan nutritivo en lo cognitivo y en lo moral), sino por el flujo malvado de las conciencias podridas de algunos chavales.

Lo bueno de estas fiestas navideñas es que cuando llegan días como el de Reyes se nos olvida el tufo de la miseria moral cotidiana. Y, en gran parte, es porque los niños siguen mirando como niños, aunque estén más consentidos y valoren menos la gracia del regalo. Pero siguen siendo niños, y se les ilumina la mirada en la Cabalgata, y arrancan los envoltorios con nerviosismo, y ríen y se emocionan al ver que los Magos de Oriente les trajeron los juguetes de su petición postal o alguna sorpresa fuera de previsión. Afortunadamente, la magia sigue existiendo.