Con alta experiencia en todos los campos de alta magia. Especialista en todos los problemas del amor. Así rezaba el panfleto que metieron en mi buzón. Aparentemente, publicidad. No sé si algo más, pero no pude evitar releer la octavilla en la que un hombre se ofrecía a “ayudar rápidamente a solucionar cualquier problema”, entre los que citaba, aparte del amor y la impotencia sexual, los judiciales, de dinero o empresa, depresión y enfermedades crónicas.

Por un momento, pensé en el IVA cultural y en que quizá este “vidente curandero”, como se autodefinía, tenga algo que ver en la bajada del 21 al 10 por ciento para los espectáculos en directo que hoy aprobará el Consejo de Ministros. Estoy convencido de que le hubiera llamado desesperado en algún momento desde mi agencia de conciertos en estos años. Ironías aparte, seguí leyendo, imbuido en quien consideré un auténtico crack. Aseguraba tener los espíritus más rápidos y poderosos, y dejaba un teléfono y hasta la dirección de su oficina para que los interesados se pusieran en contacto con él.

El profesor —me ahorraré darles el nombre pues no creo que haya pagado una campaña de publicidad en este periódico— me despertó una inquietud preocupante: las ganas de conocerle, al menos para que me detallara dónde había aprendido todo aquello. Que yo sepa, es complicado encontrar remedios infalibles en esta vida para no equivocarse al menos una vez al día. Y me confieso responsable de ello porque ya saben que me las doy de perfeccionista.

Reconozco, con humildad, que ya tengo un nuevo ídolo al que admirar. A veces no sabe uno lo que se va a encontrar en cualquier buzón. Quizá hasta una pócima mágica para que el día a día no se nos haga a veces tan cansino. Cuánto tendríamos que aprender de este profesor pero, sobre todo, cuáles serían sus tarifas para tanta solución.