Se esperaba que el IPC de octubre sería malo. Y será peor si se cumple lo que ha adelantado estos días el Instituto Nacional de Estadística: la inflación española podría haberse situado en el 3,6% finales de octubre. Se enuncia en condicional, porque el cálculo se ha hecho con las normas que marca Bruselas para calcular el IPCA (la A es de armonizado), la inflación del conjunto de países que comparten el euro. Aunque esa distinción terminológica es necesaria, en la práctica, la diferencia entre el IPC español y el que se envía con antelación a la UE es como máximo de una décima. Así lo ha entendido el vicepresidente Pedro Solbes, que ha calificado el dato como "malo, de manera inapelable". En el fondo, segunda sorpresa en tres meses: tampoco se esperaba que en julio la inflación se quedara en el 2,2%, y ahora se dispara nada menos que 1,4 puntos en un trimestre. A falta de concreción, la sospecha vuelve a ser que los precios del petróleo se han disparado los últimos meses y que en el mismo periodo del año pasado fue al revés. Y de rebufo, que los alimentos no paran de subir por el incremento de las materias primas, especialmente, los cereales. La explicación, basada en causas ajenas, no puede acabar siendo excusa. Es cierto que los precios --salvo en algunos servicios-- no los fija el Gobierno. Pero el dato adelantado del IPC, si se aleja de la media europea (y la alemana no va a variar), llega en el peor momento, cuando las empresas planifican el 2008 --y los sindicatos, las subidas salariales-- y el Gobierno tiene que sacar los presupuestos, que ya deben prever la compensación al pensionista. El dato de inflación debe pesar, por ahora, más que el de los tipos de interés, porque es de nuevo el punto débil de nuestra economía.