Todo el mundo tiene derecho, y más un expresidente del Gobierno, a dar conferencias en universidades o donde sea sin ser insultado. Pero nadie tiene derecho, y menos un expresidente del Gobierno, a responder a quienes le insultaban como lo hizo José María Aznar en la Universidad de Oviedo. Ante la exhibición por algunos estudiantes de una pancarta con la expresión "criminal de guerra" por su actitud en la guerra de Irak, y al ser recibido con gritos de "asesino" o ±fascistaO, el expresidente del Gobierno mostró su dedo corazón de la mano izquierda extendido en un gesto cuya grosería es inequívoca. Lo acompañó con la declaración de que "algunos parecen empeñados en demostrar que no pueden vivir sin mí", frase que por sí sola puede servir de termómetro del nivel de soberbia y autosatisfacción al que ha llegado el personaje. Aunque no es la primera vez que Aznar exhibe su displicencia con gestos similares, su reacción podría quedarse en una anécdota lamentable, si no fuera porque el expresidente del PP volvió a descalificar a Zapatero con palabras indignas de un predecesor en la jefatura del Gobierno. "El jefe de los pirómanos no puede ser el capitán de los bomberos", dijo Aznar de Zapatero, a quien negó "autoridad moral" para dirigir el Gobierno. Esta vez lo hizo en España, mientras la credibilidad de la economía española sufre en los mercados internacionales, pero lo mismo ha hecho en sus frecuentes viajes al extranjero y en foros internacionales donde se supone que debía defender a España, ese país del que se llenan la boca él y los dirigentes de su partido.