Alan Solomont , futuro embajador de los Estados Unidos en España ha comenzado con mal pie su andadura diplomática criticando que España no reconozca la independencia de Kosovo y tenga anunciada la repatriación de nuestras tropas allí desplegadas. Solomont no es diplomático (es un empresario mecenas del Partido Demócrata y apoyo firme de la carrera política de Obama ), pero esa circunstancia no le exonera del conocimiento de la Historia de Europa en general y de la España, en particular.

Más allá de la metedura diplomática de pata (y de la prepotencia que delata al entrometerse en un asunto de política interna española), lo que emerge de la intervención de Salomont ante el Senado de su país es que no parece la persona idónea para representar --y defender-- los intereses de los EEUU en España, un país, amigo de América, pero independiente y soberano. Antes de que venga a Madrid deberían explicarle por qué España no reconoce la independencia de Kosovo, cuna histórica de Serbia. Territorio que sufrió un proceso artificial de incremento de la población de origen albanés --fomentado por intereses estratégicos de países alejados de la región-- que desnaturalizó la base sociológica de población, históricamente de mayoría serbia, hasta conseguir que el contingente de albaneses superara al de serbios, momento en el cual fue convocado un referéndum que abrió paso a la independencia del territorio.

Es sabido que a Washington le conviene disponer de un Estado artificial, un país-plataforma, en el flanco sur de una región de gran importancia geoestratégica: al sur de Rusia y a un vuelo corto de avión de los nuevos estados transcaucásicos que poseen grandes reservas de combustibles fósiles.

El interés de España es otro. Aceptar un Kosovo independiente sería tanto como dar la razón a Ibarretxe o Arzallus cuando reclaman la independencia de un Euskadi --que, al igual que Kosovo-- históricamente nunca fue Estado, reino o república independiente. Ya digo, el futuro embajador ha empezado con mal pie su aventura española.