El Jueves Santos decidimos pasar el día en Cáceres. Siempre ha sido una ciudad acogedora, hermosa, agradables sus ciudadanos, pero ese jueves nos sentimos maltratados. En la ciudad no cabía ni un alfiler (¡bravo por el turismo!); el calor resultaba intenso y todos los locales se encontraban de bote en bote (felicidades para la economía local). Tanto los lugareños como los turistas ardíamos en deseos de localizar un hueco y los trabajadores no daban a basto. Evidentemente, todos éramos conscientes y optamos por la tranquilidad; todos menos uno de los empleados de un restaurante de la plaza de San Juan, que cuando intentamos sentarnos en la terraza nos soltó un exabrupto que nos dejó pasmados.

¿De verdad es necesario ser grosero con el cliente? ¿Qué culpa tiene el cliente si sus trabajadores no colocaron a tiempo la terraza? ¿Por qué el cliente tiene que tratar con un empleado que no habla castellano y, por tanto, no le puede atender?

Conclusión: señores hosteleros, la educación no se puede perder nunca o perderán los clientes.