Autor teatral

Las cartas al director de los periódicos son los aullidos, a veces lastimeros, otros enconados, de gargantas anónimas que exigen un último grito. Cuando uno encabeza la misiva "Señor director/a", inconscientemente o a la inversa, le está dando a su mensaje una especie de legalidad notarial, que no la tendría en la barra de un bar. Las hay de todo: aburridas, fantasiosas, esclarecedoras, románticas, coñazos...

También están las que se multiplican como los panes y los peces --en todos los diarios a la vez-- lo cual haría pensar a un adepto de Freud en el ego casi enfermizo del remitente, para que su vozarrón sea escuchado.

Preambulo con esto porque servidor se las lee todas, ávido por escudriñar la intimidad de mis conciudadanos y sus cuitas. Pero hay una carta reciente, mandada al míster , que me sugería un mensaje cansado de una mujer cansada, por la fama de su Arcadia, que es Puerto Hurraco.

Se queja la señora --y con razón-- de la simplicidad a ojos vista, de la reiterada costumbre de aludir a Puerto Hurraco como la España profunda, la de Atapuerca, la de los atavismos irracionales e incivilizados. Me imagino que estaría hasta el moño. Que otros, sin el sentido común que se desprenden de las líneas escritas de la mujer, estarían acojonados de decir los orígenes y la cuna de esta procedencia. Retraso, incultura, aislamiento, barbarie, son sólo unos cuantos conceptos a los que el más pintado describiría a este enclave extremeño. La fama es la herencia de Calderón, a quien ellos llamaban honra, y era al fin y al cabo, el espejo de uno mismo, donde miraban los otros. Hoy la honra y el honor se dejan aparcados en los camerinos de las TV.

Pero la fama nos puede visitar, sin siquiera haberle concedido una cita. Es la cola que arrastramos, merecida o inmerecidamente. Cuántos cabrones se regodean de hombres de pro, apoyada su fama en una telaraña de relaciones públicas que le convierten su mísera alma en un espíritu de generosidad. Famas impuestas, para bien y para mal, como apellidos arrastrados.

A esta mujer puerto-urraqueña le perseguirá el sambenito de un pueblo sereno, encalado de sangre. A otros, a todos, nos perseguirá el apéndice de las que hayan querido colocarnos.

Extremadura es propicia, por fama adjudicada, para representar --por la ignorancia de tantos-- esa profundidad hiriente de la queja y el cansancio, que sabiamente ha expuesto esta mujer. Ni por el paisaje más hermoso, ni por la convivencia más pacífica, se librará este rincón extremeño de la cacería de los Izquierdo. Quizá haya que avisarla del riesgo de su empeño quijotesco: Puerto Hurraco tiene fama de Puerto Hurraco. Sólo quedaría que, empresas turísticas, paseen a horteras de mochila y calcetines por las esquinas morbosas donde se apostaron dos dementes. Seguirá el teatro lorquiano, de la tierra y la sangre. Bodas, que dicen algunos, que fueron el desencadenante de la tragedia. Todo estaba ya inventado. Se siente Puerto Hurraco.