La comunidad internacional ha tomado nota del tímido acuerdo al que llegaron, a última hora del viernes, los jefes de Estado de los países emergentes (China, Brasil, India y Suráfrica) junto con el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, que, más tarde, informó a la Unión Europea de la reunión. Es decir, no solo no se ha producido el milagro en el que confiaba el brasileño Lula da Silva, sino que puede decirse de manera absoluta que la cumbre de Copenhague ha sido un auténtico fracaso, más si cabe ante las expectativas levantadas en todo el planeta y ante la necesidad, avalada por los científicos, de incidir, sin más pérdida de tiempo, en el progresivo calentamiento global.

Después del encuentro preparatorio que se celebró en Barcelona, pocos eran los que apostaban porque la reunión de Copenhague diera frutos concretos y efectivos, pero al menos siempre quedaba la esperanza de un acuerdo político de largo alcance que sirviera de coartada para muchos de los protagonistas de la reunión en la capital danesa y que se convirtiera en la base para futuros tratados vinculantes.

La Casa Blanca ha afirmado que se trata de un paso decisivo e histórico, una aseveración que a estas alturas y después de lo ocurrido parece a todas luces exagerada porque de Copenhague solo quedará una simple declaración de buenas intenciones y la voluntad de hacer efectiva una ayuda económica significativa al Tercer Mundo que, por otra parte, tampoco se ha concretado en exceso durante la reunión.

No se han fijado objetivos que sean claros en la reducción de las emisiones de los gases que producen el efecto invernadero, no se han establecido protocolos de actuación para sustituir el tratado de Kioto en el año 2013 y, simplemente, se ha constatado que convendría no superar los dos grados en el aumento de temperatura desde la época preindustrial.

Un auténtico brindis al sol que deja en el aire la reivindicación de los países en vías de desarrollo (un heterogéneo G-77 al que también se suma China) y de los activos grupos ecologistas, que no da continuidad al racional planteamiento europeo, que no conmina en nada a los países emergentes.

Estados Unidos, aunque con una actitud distinta a la mostrada por la anterior Administración del ex presidente Bush, no ha liderado la imprescindible reacción, bajo el auspicio de las Naciones Unidas. Proponía una tímida política que se ha quedado, además, en agua de borrajas. En la próxima cita, el mundo ya estará en la prórroga. En la siguiente, si no hay soluciones solventes y conjuntas, estará instalado en las puertas de la catástrofe.